Alberto Auné
Los «locos bajitos» son la mejor apuesta al futuro, sin duda ninguna.
Nos prolongamos en nuestros hijos, tanto en lo físico como en lo espiritual; dejémosles la mejor herencia: un ejemplo de vida.
1. Una apuesta a la vida
Algún día ya no estaremos físicamente entre nuestros seres queridos. Es parte del ser humano comprender y asumir la realidad de la finitud que es inherente a nosotros.
Hay quienes viven pensando en aquel momento y otros que creen nunca llegará. Ambas posturas son irreales, y no asumen lo que tarde o temprano ocurrirá. El reloj y el almanaque corren sin que podamos impedirlo y la realidad tarde o temprano se hará presente.
Sin embargo, tener un hijo es proyectarnos más allá de nuestra existencia física; saber que habrá alguien que proseguirá lo que hemos comenzado dándonos la certeza de que lo que hayamos hecho no fue en vano y así nuestros esfuerzos de cada día tienen sentido, pues al final del camino lo que hayamos construido no se derrumbará como un castillo de arena.
2. La verdadera riqueza
Si tenemos bienes materiales, no los atesoraremos porque sí ni nos regodearemos mirándolos con el placer de saber que son nuestra posesión, como hacía el personaje de El Avaro, del gran dramaturgo francés Jean-Baptiste Molière (1622-1673), sino que los cuidaremos porque nuestros hijos los disfrutarán.
Si tenemos la fortuna de poseer bienes espirituales, los transmitiremos a quienes nos sobrevivirán, sabiendo que esa escala de valores que a su vez nuestros padres nos dejaron proseguirá vigente en ellos. Así lo hicieron grandes hombres, como el general José de San Martín en sus Máximas a mi hija Mercedes, en las que le inculcó las mayores enseñanzas que un padre puede dejar a sus hijos, en especial la honradez y la dignidad que construirán una vida de la que podamos sentirnos orgullosos.
3. Búsqueda de trascendencia
El hombre tiene sed de paternidad, y es doloroso terminar nuestros días sin haberla saciado.
Esta definición comprende tanto al ser humano varón como a la mujer, que como madre complementa y acompaña al hombre en la vida.
A tal punto está presente esto, que si por algún motivo una pareja no puede tener hijos por vía natural opta muchas veces por la adopción, para no dejar sin cubrir esa cuota de amor que necesitamos transmitir.
La luz de la paternidad alumbra la vida del hombre y da así sentido a sus actos, cualesquiera éstos sean, así como el resplandor de la mujer que ha sido bendecida con la maternidad contagia a quienes tienen la dicha de acercarse a ella.
Todo tiene un objetivo, y para ello será necesario luchar, sabiendo que la recompensa final será muy alta. Alberto Auné
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