
Monumento en memoria a las víctimas del ataque terrorista a la AMIA de 1994. Plaza Lavalle, Buenos Aires. Obra de la escultora Mirta Kupfermick. (Fuente: http://www.wikimedia.org)
Alberto Auné
La memoria colectiva retiene el atentado a la mutual judía, estando en la sociedad el deber de que este crimen nunca sea olvidado.
La memoria de los hechos que han conmovido a un pueblo es para éste una de las más preciadas herencias. En Argentina, el mes de julio llega todos los años con el recuerdo de la tragedia ocasionada por la destrucción de la sede dela AMIA.
Este atentado creó mártires, que a diferencia de otros seres humanos que dieron la vida por sus convicciones (martirio como testimonio de la fe), no sabían que iban a ofrendarla. Sin conocerse entre sí se unieron mostrando el abismo a que es capaz de llegar el ser humano en su sed de destrucción.
Nos miran desde fotos que reflejan sus ojos, antes de este hecho, en una profética súplica de justicia y memoria. Sin haber oído en algunos casos hablar uno del otro, marcharon ese día juntos a un trágico destino común.
Sus edades eran de todas las etapas de la vida, sin exclusiones. Pudieron ser, siendo quienes eran, cada uno de nosotros. Sus miradas nos piden una respuesta. La dela Justiciaestá en manos de quienes tienen la obligación de impartirla, pero la respuesta inexcusable de la sociedad debe ser la de la memoria, para tener la certeza de que nunca se repetirá algo similar.
Los mártires dela AMIA dieron su vida en unidad perteneciendo a distintas creencias religiosas o sin adherir a ellas, unidos en su condición común de seres humanos.
El tiempo se detuvo repentinamente para ellos; partieron sin esperarlo. Después los acompañó quizás un kadish en hebreo mientras el viento de julio empujaba la kipá que llevaban quienes lo rodeaban, o levantaba en otro caso la estola de un sacerdote cristiano que despedía con un requiem al hermano en la fe; si la lápida que recuerda a otros no tiene un símbolo religioso pensemos que esa ausencia y el valor de manifestarla reúnen a todas las búsquedas de lo superior por parte del hombre.
Si hay memoria en la sociedad, tarde o temprano la Justicia llega, sea cual fuere el lugar de la Tierra en que ejerza su poder. Si no la hay, todo quedará reducido a actos en los que algunos, cada vez menos, parecerán recordar, ante el caminante que pase y los observe reunidos, historias pasadas, cada vez más extrañas a la sociedad y más lejanas a ella con el correr de los años.
Mantener viva la memoria de los mártires dela AMIA, desafiando el olvido disfrazado bajo la apariencia de otros temas y prioridades, es un deber.
Así, los ojos de las fotografías cada vez más amarillentas, que piden justicia, se multiplicarán en millones de miradas.
Esas miradas mantendrán viva la memoria, y ella llevará, como muestran ejemplos de otros países del mundo, a la Justicia.
No hay pretexto para el olvido de este hecho por parte de un pueblo, y el pueblo al que pertenecen estos mártires excede los límites geográficos de la nación en que hubieren nacido, para extenderse a todos quienes merezcan el nombre de seres humanos.
Así, en algún julio quizás no lejano, el frío del invierno será más leve al poder mirar las fotografías que los recuerdan con la certeza de que la memoria de la sociedad llevó a que pueda haberse hecho justicia. Alberto Auné
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