Alberto Auné
Una larga permanencia en Bolivia, debida a su carrera diplomática, hizo que el poeta argentino Rubén Vela, nacido en 1928, se acercara a uno de los núcleos de la cultura y el arte americanos.
Al estar en ese país se acercó al espíritu del Altiplano, conociendo a un pueblo que tiene mucho para decir a sus compatriotas de la Patria Grande.
El Estado Plurinacional de Bolivia es una nación multicultural, que tiene una historia y una cultura que no han sido, como otras de la región, impregnadas con ideas llegadas de Europa. Sus tradiciones son puras y límpidas, como vemos en su literatura, su música y las demás artes.
El diplomático y poeta captó esta realidad, comprendiendo que su paso por esa nación no era casual, sino que el destino tenía mucho que ver en ello.
Su primer libro fue Introducción a los días, publicado por la editorial Botella al Mar en 1953, primer paso en una amplia obra poética.
Pero lo que lo llevó a descubrir el corazón de América fue el destino que la diplomacia, su profesión, le brindara la segunda mitad de la década de 1950: Bolivia.
En una entrevista publicada en el diario La Nación, el poeta recuerda:
“Yo era hasta entonces un ciudadano de Buenos Aires abierto a un panorama universal, de tradición y matices muy europeos. Pero desde el momento en que me enfrenté a esa otra América -quizá más esencial- que se respira en un país como Bolivia, se me reveló otro continente: la desolación, el misterio, la magnificencia de una tierra dramática, exuberante, radicalmente distinta de Europa. Y eso, curiosamente, me hizo apreciar ciertos aspectos americanos de Buenos Aires y de Argentina que hasta entonces yo no había sabido ver. Los argentinos pertenecemos a Europa, a la cultura europea, pero también tenemos raíces muy vivas y muy hondas que nacen en el suelo americano y que se desarrollan en Buenos Aires, a pesar de la influencia francesa, inglesa, italiana o española. Esas raíces americanas son las grandes modificadoras de nuestro pensamiento. Los argentinos que nos preciamos de ser tan europeos no lo somos tanto, porque todo lo que nos llega del otro lado del océano lo transformamos de acuerdo con la atmósfera, el pasado, hasta diría el paisaje espiritual de América. De pronto, me ocurrió algo curioso: fue como si hubiera pasado largo tiempo, náufrago, sobre una pequeña isla en medio del mar, y súbitamente advirtiera que esa isla era el lomo de una ballena adormecida. América fue y es para mí una revelación y sobre todo una aventura interminable”.
En 1959 Rubén Vela es condecorado por el Gobierno de Bolivia con la Orden del Cóndor de los Andes.
Su vínculo con ese país no se agota, ya que en 1963 es delegado argentino a la Primera Reunión de la Comisión Mixta Boliviano-Argentina de Cooperación.
Ese año publica Poemas americanos en la Editorial Losada, con xilografías de Roberto Páez.
La revista española Indice se refiere a esta obra expresando:
“Todo es esencial en este libro: el tema de los poemas, su tratamiento. Rubén Vela ha probado escribiéndolo que será -es ya- uno de los mayores poetas de la América del futuro».
Este autor sostiene que descubrió América a partir de su actividad diplomática en Bolivia. Esto ocurre debido a que en otros países de la región hubo discriminación y los indígenas, los verdaderos dueños de la tierra, vieron limitados sus derechos y hasta en algunos casos fueron atacados físicamente, llevando a la extinción de muchas comunidades.
Empero, Bolivia fue una de las naciones que miraron a la región y no a Europa como su verdadero lugar en el mundo, junto a otros países que tuvieron igual actitud, como Perú, México y Ecuador, entre otros.
Estos países limitaron el avance cultural que llegaba del Viejo Continente y mantuvieron sus valores culturales y tradiciones, que llegan hasta hoy. El Estado Plurinacional de Bolivia es un claro ejemplo al respecto, conservando ritos y tradiciones que a pesar de los cambios tecnológicos permanecen en el pueblo, siendo transmitidos de generación en generación de una forma que garantiza su intangibilidad.
El acercamiento a la América profunda dio a Rubén Vela inspiración para su arte poética.
En el poema Definición leemos:
América sin el Arco del Triunfo.
América sin el David de Miguel Ángel.
América sin la Venus de Ampurias.
Nueva e intacta América
que ignoraba la locura de Paolo Uccello.
Porque cuando digo América
digo la América que cantó Pablo Neruda,
que cantó el Cholo Vallejo
que cantó Huidobro como un nuevo maldito.
Que cantaron los hombres
del tabaco y la hechicería.
En otro poema este gran autor expresa:
“Esto es América” me decían,
mostrándome las altas cordilleras,
el suicidio del sol sobre los trópicos,
los grandes ríos furiosos.
Sólo vi pies descalzos,
criaturas americanas
sobre el hambre y el frío
como frutos desnudos.
Es la dualidad, los distintos bordes,
por un lado la urbe con sus edificios
invocando al cielo y por el otro la
pobreza… y la tierra madre-mujer en
su lucha… que da hijos y es parte del
suelo, no quiere volar.
Vela publicó en 1958 Radiante América, libro que refleja su amor por esta región del mundo, en el que se unen a la palabra de Vela xilografías del artista Leopoldo Torres Agüero, de la provincia argentina de La Rioja.
Estos poemas y libros son apenas una muestra del arte de Rubén Vela, pero nos muestran la riqueza de un mundo cercano a nosotros que a menudo no observamos.
La tecnología ha avanzado y muchas cosas se universalizaron, pero la América profunda nunca dejará de hablarnos aunque pasen los siglos.
Por eso es importante mirar no solamente a Europa y la llamada modernidad sino también, en especial, a un continente que espera nuestra atención.
Acercándonos a América lo hacemos a las raíces de pueblos y culturas que nos inspirarán en inventiva, en arte, en creatividad y en todo lo que nos eleve espiritualmente. Alberto Auné
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