Horacio Butler. (Fuente: Pintores Argentinos del Siglo XX, Vol. 1, CEAL, 1980/81 en http://www.wikimedia.org)
Alberto Auné
Horacio Butler, maestro de la pintura
Este gran artista nació en la ciudad de Buenos Aires, República Argentina, el 28 de agosto de 1897 y falleció en esa ciudad el 17 de marzo de 1983.
Estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes y al concluir su carrera partió para Europa en 1922.
Pasó dos meses en la colonia de artistas alemanes de Worpswede, radicándose luego en Paris, donde frecuentó ios talleres de André Lhote, con quien se formaron tantos maestros argentinos y, más sostenidamente, el del normando Uthon Friesz.
Según José León Pagano, el único pintor europeo de gran fama que lo sedujo fue Cézanne.
Hasta 1933 vivió en Europa, pero con viajes esporádicos y exposiciones que lo mantenían vinculado a su país natal.
A su regreso efectuó su primera exposición personal en la sala de los Amigos del Arte.
Desde entonces tomó parte en casi todos los salones nacionales y en los Internacionales de Pittsburgh (1934), París y Nueva York, en ambos casos en 1937.
Años después, en Bruselas, en 1961, obtuvo una medalla de oro.
Desde 1935 se inspiró en los paisajes del Delta, en la localidad de Tigre, provincia de Buenos Aires, tratando de resolver los problemas que al pintor plantea todo paisaje inédito.
En 1940 le fueron encargadas las ilustraciones pare «Green Mansions», edición de lujo con que la editorial Alfred A. Knopf, de Nueva York, conmemoró el centenario del naturalista y escritor argentino Guillermo Enrique Hudson (1841-1922), quien nació en lo que hoy es la localidad bonaerense de Florencio Varela.
En 1941 recibió la propuesta de idear un ballet con tema argentino para el American Ballet de Nueva York, e imaginó «Estancia», cuya música compuso el gran músico Alberto Ginastera (1918-1983).
Debido a esta actividad visitó oficialmente los Estados Unidos de América.
En 1943 fue designado miembro de la Academia Nacional de Bellas Artes, actuando como jurado permanente del Premio Palanza.
En 1951 realizó los decorados y trajes de la obra «La Zapatera Prodigiosa», ópera de Juan José Castro basada en la obra homónima de Federico García Lorca, por encargo del uruguayo Servicio Oficial de Difusión Radio Eléctrica (SODRE), en Montevideo.
Entonces fue declarado cesante de las cátedras de la Escuela Nacional de Bellas Artes.
En 1952 fue invitado por la Scala de Milán para colaborar en la puesta en escena de «Proserpina y el extranjero», de Juan José Castro, ganadora del Premio Verdi.
En 1957 obtuvo el Premio Cinzano.
Realizó numerosas exposiciones, tanto en su país como en el extranjero.
Recibió el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes.
En 1964 comenzó una serie de tapices con técnica que le es propia.
Un año después ganó el concurso para ejecutar el tapiz monumental de cien metros cuadrados para el testero de la iglesia de San Francisco, en la esquina de Alsina y Defensa, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
En 1966 publicó su libro autobiográfico La pintura y mi tiempo, en el que evoca, entre otras circunstancias, sus primeros veranos pasados en la zona de Tigre, en la provincia de Buenos Aires.
Al respecto sostuvo:
«Esos días parecieron definir gran parte de mi vida, ya que el resto del tiempo, por diversos caminos, fue sólo un vano intento por volver a sentir la frescura y lo inédito de ese descubrimiento».
José León Pagano sostuvo en su libro El arte de los argentinos, respecto a esa etapa de la vida de Butler:
«‘Siesta’ es uno de los óleos más bellos de cuantos produjo Butler».
La pintora y escritora María Laura San Martín ha señalado una interesante convergencia estilista en la obra de este artista:
«El fauvismo y el cubismo, tendencias antagónicas, bandos irreconciliables en el ambiente donde surgieron, se alían insólitamente en la obra de varios pintores argentinos, dando origen a una tercera forma que, sobre esquemas compositivos de origen geométrico, extiende una espresión de apariencia cromática fauvista. Butler constituye un buen ejemplo, quizás el màs justo de esta dual orientación que comentamos. Inteligente y organizador, guiado por metas intenciones plásticas, se adhirió desde sus tiempos en el taller de Lhote a los fundamentos del cuadro compuesto, a la necesidad del esquema geométrico y a algunas imágenes de inequívoco origen cubista. Sus posteriores contactos fauves le impidieron caer en la sequedad de una teoría aplicada y pudo ganara para sí la libertad, esencialmente cromática, del fauvismo».
Por su parte, el escritor y crítico Ernesto Schóo (1925-2013) expresó estas ideas que conservan plena vigencia:
«Acaso ningún plástico argentino ha sido más riguroso y tenaz en la organización de sus pinturas: bajo la apariencia de la facilidad más espontánea, cada cuadro de Butler, cada tapiz, es un prodigio de cálculo, de estructuración implacable, de búsqueda angustiosa de una perfección que, al aspirar al clasicismo más estricto, no puede (ni quiere) dejar de envolverse en una atmósfera romántica. Para mucha gente, Butler no es nada más que el crepuscular ilustrador de una belle époque ribereña y bucólica: embarcaderos, sombrillas, galerías y patios, camafeos, relicarios, plastrones, polainas; y ese temblor penumbroso que tejen las plantas, los toldos en mitad del corrosivo verano de Buenos Aires, como islas verdeazuladas, dentro de las cuales se yerguen las misteriosas deidades domésticas, mujeres pensativas que tejen y destejen la vida y la muerte de la familia, ante altares con imágenes de yeso, floreritos isabelinos y dulceras con cascos de zapallos, navegando en almíbar; pocos reparan en que el verdadero misterio no está en esas figuras sino en cómo han sido pintadas, con un amor casi maniático por la transparencia y las alusiones cromáticas, con una delicadeza que necesita de un vigor formidable para plantarse así, como si tal, en la tela».
La obra de Horacio Butler perdura en el tiempo; admirarla es un placer especial que está a nuestro alcance. Acerquémonos con respeto a su obra. Alberto Auné
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