El «Canto a Bolívar» de José Joaquín de Olmedo: himno a la lucha por la libertad

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José Joaquín de Olmedo. (Fuente: http://www.wikimedia.org)

Alberto Auné

José Joaquín de Olmedo nació en Guayaquil (Ecuador), el 20 de marzo de 1780.
Fue el primogénito del capitán Miguel Agustín de Olmedo, de origen malagueño, quien se casó con de la ecuatoriana nacida en Guayaquil Ana Francisca Maruri y Salavarría.
Estudió en el Colegio de San Carlos de su ciudad natal y luego en Lima, donde permaneció catorce años, con lo que su educación tuvo influencia peruana.
El 24 de marzo de 1817 se casó con María Rosa de Icaza y Silva, con quien tuvo dos hijas, una de las cuales falleció siendo niña, y un hijo.
Cursó las carreras de Derecho y Filosofía; en la primera de ellas recibiéndose de abogado en Lima.
Si bien comprendía, en una actitud realista, que el Derecho era su medio de subsistencia, su corazón estaba con la literatura, a la que nunca dejó de amar, leyendo poemas en medio de la redacción de textos jurídicos, lo que era para él un cable a tierra de la realidad. Por ello, su pasión era la literatura, a la que dedicaba la mayor cantidad de tiempo posible sin descuidar su profesión.
Como secretario de las Cortes de Cádiz pronunció un histórico discurso: «Sobre la supresión de las Mitas», siendo secretario de este organismo jurídico hasta fuera disuelto por el entonces rey Fernando VII.
Cuando se declara la Independencia, Olmedo, ya designado miembro de la Junta de Gobierno, redactó una Constitución para Guayaquil, trabajó en la reorganización del ejército y fue parte del triunfo de Pichincha, obtenido por Sucre.
Bolívar llegó a Guayaquil y anexionó esta ciudad a Colombia, ante lo cual Olmedo protestó y se refugió con otros compatriotas en Perú, donde fue elegido diputado y participó en la redacción de la primera Constitución peruana.
En 1832 pidió auxilio a Simón Bolívar al estar en riesgo la libertad del Perú. Bolívar triunfó en Junín y Olmedo, con gratitud, escribió el Canto a Bolívar.
En 1825 Olmedo fue diplomático en París y Londres, para regresar a su país y representar a Guayaquil en la Constituyente de Ambato. Luego, en 1830, fue vicepresidente de la Nación y prefecto de Guayaquil.
Si bien apoyó la escisión de Ecuador de la Gran Colombia, cuando vio que había un abuso de poder se opuso a ello, basado en sus profundas convicciones democráticas, y fue uno de los líderes de la revolución del 6 de mayo de 1845, siendo designado triunviro junto a Vicente Ramón Roca y Diego Noboa.
Su vida cívica fue un ejemplo de patriotismo y entrega al pueblo, que lo lloró después de su muerte.
La obra poética de Olmedo muestra una escuela neoclasicista, evidenciada en más de cien obras, como Alfabeto para un niño, Canción indiana y Al árbol. Pero la majestuosidad de su arte aparece en La Victoria de Junín o Canto a Bolívar, escrita en 1825, y Oda al general Flores, vencedor de Miñarica, de casi dos décadas después, publicada en 1843.
Como periodista Olmedo también mostró su capacidad, estando relacionado con grandes padres de la libertad de América, como Simón Bolívar y José de San Martín.
Entre sus trabajos señalamos también la traducción del Ensayo sobre el hombre, del autor inglés Alejandro Pope (1688-1744). En el prólogo expresó:

“El ocio de que disfrutaba entonces, la distracción de todo negocio público y la soledad me preparaban maravillosamente a esta grande y deliciosa ocupación».

Ocho meses antes de su muerte, hecho que ocurriera el 19 de febrero de 1847, escribía a su hijo:

“También tengo el mayor gusto de que adelantes en el latín. Si lo ofrendes bien, tú no puedes imaginarte cuánto placer te preparas en el curso de la vida, leyendo a Cicerón y a Virgilio. Todo esto lo encontrarás entre mis libros cuando yo me nuera y te acordarás de lo que acabo de decir… Aplícate, pues, mucho, si no por ti, por mí; pues cuando esté más viejo (que será muy pronto) y se me acorte la visto, si tú no me lees, pasaré muy tristes los pocos días de mi vida, pues ya la lectura se me ha hecho tan necesaria como el alimento».

Producida la gesta libertadora del Ecuador del 9 de octubre de 1820 estaba entre los líderes revolucionarios el joven militar León de Febres Cordero, quien, tras la victoria, resignó el mando político. Hubo una elección, que recayó en Olmedo, quien aceptó el cargo.
Su primer acto de gobierno fue la convocatoria a un Cabildo Abierto para ese mismo día, con el objeto de efectuar elecciones legítimas, en las que el gobierno de la ciudad se constituyera a través de una legítima votación popular.
Pocos días más tarde se aprobó el Reglamento Provisorio de Gobierno, redactado por Olmedo, que algunos historiadores consideran, con fundamento, la primera ley fundamental del territorio ecuatoriano, que declaraba:

“La provincia de Guayaquil se declara en entera libertad para unirse a la gran asociación que le convenga de las que se han de formar en la América del Sur».

El espíritu de efectiva vinculación entre las regiones de América, que estaba presente en los Padres de la Independencia, también fue parte del alma de Olmedo, quien, pese a sus diferencias con Simón Bolívar, fue también su mayor poeta.
Con anterioridad, por presión de los manejos políticos de Bolívar, había renunciado a sus cargos públicos y se había desterrado voluntariamente. Así, expresó en una carta a Bolívar:

«Yo puedo equivocarme, pero creo haber seguido en el negocio que ha terminado mi administración la senda que me mostraba la razón y la prudencia: esto es no oponerme a las resoluciones de Ud. para evitar males y desastres al pueblo, y no intervenir ni consentir en nada, para consultar a la dignidad de mi representación».

Años después fue durante breve lapso gobernador de su provincia natal, el Guayas, en 1832. Además presidió la Constituyente de Ambato de 1835, a la cual se debe la Independencia total del Ecuador. El Gobierno Provisorio de 1845 lo contó como triunviro.
En sus últimos años, sin haber obtenido otros bienes que la gratitud de su pueblo, decidió dejar la vida pública.

En 1824 Olmedo quiso cantar al triunfo de las armas patriotas en Junín y también a la gloria de Simón Bolívar (1783-1830), con quien, reiterémoslo, había tenido enfrentamientos políticos.

La Victoria de Junín es un canto lírico, que tiene una fuerte impronta épica, mientras el Canto a Bolívar se centra en la poesía. Aunque para muchos autores describe las batallas de Junín y Ayacucho y agradece al ejército vencedor.
Además, introduce la figura del inca Huaina-Cápac, que reivindica la figura del prócer latinoamericano contra el invasor.
Este personaje llega desde los cielos, anunciado por una voz en el poema, quien tiene los roles de emperador, sacerdote y profeta.
En este último rol observa los perjuicios que trajo a su pueblo la Conquista y después de elogiar la victoria de Junín vaticina que no será la última, ya que vendrá otra mayor, que la historia mostró que sería Ayacucho.
Así, sostiene, Bolívar triunfará sobre el invasor y logrará que América constituya un solo pueblo, libre y feliz, a lo cual aplauden las fuerzas celestiales, con el coro de las vestales del Sol, que consideran al Inca su gran Sacerdote, quien conducirá el carro del triunfo en el cual están las Musas y las Artes.
Andrés Bello escribió en 1826, en el Repertorio Americano de Londres, refiriéndose a esta obra:

“El título de este poema pudiera hacer formar un concepto equivocado de su asunto, que no es en realidad la victoria de Junín sino la libertad del Perú. Bolívar es el héroe a cuyo honor se consagra este himno patriótico, y el poeta hubiera dado una idea harto mezquina de la gloria de su campaña peruana, si se hubiera contentado con ceñir a sus sienes el laurel de aquella jornada inmortal. Mas concebida así la materia, presentaba un grave inconveniente; porque, constando de dos grandes sucesos, era difícil reducirla a la unidad de sujeto, que exigen con más o menos rigor todas las producciones poéticas. El medio de que se valió el Sr. Olmedo para vencer esta dificultad es ingenioso. Todo pasa en Junín, todo está enlazado con esta primera función, todo forma en realidad parte de ella. Mediante la aparición y profecía del Inca Huaina-Cápac, Ayacucho se transporta a Junín, y las dos jornadas se eslabonan en una. Este plan se trazó, a nuestro parecer, con mucho juicio y tino. La batalla de Junín sola, como hemos observado, no era la libertad del Perú. La batalla de Ayacucho la aseguró, pero en ella no mandó personalmente el general Bolívar. Ninguna de las dos por sí sola proporcionaba presentar dignamente la figura del héroe; en Junín no lo hubiéramos visto todo; en Ayacucho lo hubiéramos visto a demasiada distancia. Era, pues indispensable acercar estos dos puntos e identificarlos, y el poeta ha sabido sacar de esta necesidad misma grandes bellezas, pues la parte más espléndida y animada de su canto es incontestablemente la aparición del Inca…. Nada hallamos, pues, de reprensible en el plan del Canto a Bolívar pero no sabemos si hubiera sido conveniente reducir las dimensiones de este bello edificio a menor escala, porque no es natural a los movimientos vehementes del alma, que solos autorizan las libertades de la oda, el durar largo tiempo”.

El Canto a Bolívar es un gran aporte del Ecuador a la causa de la libertad de América, ya que al referirnos en algún discurso u homenaje a este padre de la libertad recordamos el poema, presente en el inconsciente colectivo.
Hubo en total cuatro redacciones de esta magna obra poética. La primera fue enviada por su autor a Bolívar, a la que se hicieron correcciones y apareció una segunda redacción, en la edición de 1825. La tercera fue dada a conocer en 1826 y la cuarta y definitiva se publicó en 1846.
Es de destacar la celeridad de Olmedo para escribir la primera versión, ya que La batalla de Junín se ganó el 6 de agosto de 1824, y la de Ayacucho el 9 de diciembre de ese mismo año y el autor del poema lo comenzó al enterarse de la primera victoria.

Antes de dar a conocer el poema, que se llamaría Victoria de Junín y también Canto a Bolívar, se produjo el gran triunfo de Ayacucho, que fue incluido en esa obra.

Así describe el gran autor venezolano Andrés Bello (1781-1865) este proceso:

«El título de este poema pudiera hacer formar un concepto equivocado de su asunto, que no es en realidad la victoria de Junín sino la libertad del Perú. Bolívar es el héroe a cuyo honor se consagra este himno patriótico y el poeta hubiera dado una idea harto mezquina de la gloria, de su campaña peruana, si se hubiera contentado con ceñir a sus sienes el laurel de aquella jornada inmortal. Mas concebida así la materia, presentaba un grave inconveniente; porque, constando de dos grandes sucesos, era difícil reducirla a la unidad de sujeto, que exigen con más o menos rigor todas las producciones poéticas. El medio de que se valió el Sr. Olmedo para vencer esta dificultad es ingenioso. Todo pasa en Junín, todo está enlazado con esta primera función, todo forma en realidad parte de ella. Mediante 1a aparición y profecía del Inca Huaina-Cápac, Ayacucho se transporta a Junín, y las dos jornadas se eslabonan en una. Este plan se trazó, a nuestro parecer, con mucho quicio y tino. La batalla de Junín sola, como hemos observado, no era la libertad del Perú. La batalla de Ayacucho la aseguró, pero en ella no mandó personalmente el general Bolívar. Ninguna de las dos por sí sola proporcionaba presentar dignamente la figura del héroe; en Junín no lo hubiéramos visto todo; en Ayacucho lo hubiéramos visto a demasiada distancia. Era pues indispensable acercar estos dos puntos e identificarlos, y el poeta ha sabido sacar de esta necesidad misma grandes bellezas, pues la parte más espléndida y animada de su canto es incontablemente la aparición del Inca…».

Miguel Antonio Caro (1816-1885), el gran filólogo y humanista colombiano, quien considera a la primera parte del poema «oda completa y perfecta», disiente en cambio con Bello en la eficacia del artificio inventado.

En rigor, ambas opiniones, y otras muchas que sobre el tema se han vertido, son eco de la correspondencia entre Olmedo y Simón Bolívar, quien en este tema se alineó anticipadamente con Caro y otros críticos.

El poema, de todos modos, logró fama perdurable. Leamos algunas de sus estrofas:

Y el rayo que en Junín rompe y ahuyenta
la hispana muchedumbre
que más feroz que nunca amenazaba
a sangre y fuego eterna servidumbre.

Y el canto de victoria
Que en ecos mil discurre,
ensordeciendo el hondo valle
y enriscada cumbre
proclama a Bolívar en la tierra
árbitro de la paz y la guerra.

(…)

Nosotros vimos de Junín el campo;
vimos que al desplegarse del Perú
y de Colombia las banderas,
se turban las legiones altaneras
huye el fiero español despavorido
o pide paz, rendido.

Venció Bolívar: el Perú fue libre;
y en triunfal pompa Libertad sagrada
en el templo del Sol fue colocada.

El canto, corno vemos, es de inspiración clásica, pero el vuelo imaginativo alcanza calidades románticas.

El ensayista argentino Enrique Anderson Imbert (1910-2000) considera que Olmedo no usó elocuencia vacía:

“Desplegaba el verso con solemnidad; uno teme que eso termine en mera pompa, hinchazón y palabrerío; y la sorpresa está en la concisión con que ha elegido cada palabra, cada ritmo, cada imagen. Economía verbal en un género y un estilo que tienden al derroche… No sólo fue Olmedo el cantor de las 11timas guerras de la Independencia: diez años después le tocó cantar las guerras civiles. Al general Flores, vencedor en Miñarica es una oda aún más lograda que la ofrecida a Bolívar, por su delicada sonoridad, sus imágenes originales y desenvueltas, la espontaneidad con que los versos corren v el sentimiento se desnuda. Pero el general Flores era políticamente más pequeño que Bolívar y Olmedo se arrepintió de haberle dedicado versos. No es difícil imaginarse e1 sentimiento de horror de Olmedo ante la anarquía y el fratricidio que empezaban a despedazar la América grande y unida que antes había celebrado».

José Joaquín de Olmedo fue un testigo y protagonista de su tiempo, cuyas crónicas en forma de poemas épicos merecen trascender las generaciones para ser perennes.
No olvidemos a este prócer de América. Su vida fue un ejemplo y en estas líneas lo recordamos como uno de los más grandes poetas del continente. Si alguna vez hay situaciones que nos desaniman, volvamos a este poema y sabremos que es necesario mantener el legado de gloria y honor que nos brindara. Alberto Auné

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