Juan Pedro Esnaola, daguerrotipo del siglo XIX. (Fuente: http://www.wikimedia.org)
Alberto Auné
El momento histórico
La América hispana de la primera mitad del siglo XIX dio una buena recepción a la música, que contó con importantes intérpretes, aunque este entusiasmo no fue tan fuerte como el de la literatura, que contó con el ímpetu del romanticismo, en especial en el Buenos Aires de entonces.
El musicólogo, periodista y escritor francés André Coeroy, quien desarrolló una profusa labor durante el siglo XX, contándose entre sus trabajos una traducción de James Joyce para la editorial Gallimard, sostuvo:
«Realmente la indiferencia musical (en París) de la élite intelectual tenía una excusa en la debilidad de los compositores de renombre. Berlioz y Bizet eran incomprendidos; Gounod pasaba por autor difícil. Se amaba la música como un ‘bibelot’ sin importancia y eso era realmente».
Un sacerdote a quien mucho debemos
La preocupación por la música en la pequeña Buenos Aires de las primeras décadas del siglo XIX era real y tangible.
Entre los músicos de entonces estaba Juan Pedro Esnaola, nacido en 1808, sobrino de José Antonio Picasarri, presbítero y maestro de música, quien estrenó en la Catedral porteña obras de Beethoven y Mozart y fundó una escuela musical en los altos del Consulado en 1822. Su trabajo estaba centrado en la liturgia, que entonces era pomposa y en latín, atrayendo a gran parte de la sociedad, y esta solemnidad influyó en el alma y en el saber del pequeño Juan Pedro, quien descubrió en la música algo que va mucho más allá del arte: la compenetración con el espíritu.
Este sacerdote tuvo gran influencia en Esnaola, y a él le debemos mucho del arte musical desarrollado por su sobrino, nació en Segura (Gipuzkoa), el 13 de febrero de 1769 y falleció en Buenos Aires el 11 de septiembre de 1843.
Llegó a la Argentina en 1783 y en 1784 ingresó en el seminario de Buenos Aires, ordenándose sacerdote en 1796.
La música fue su gran pasión, siendo admirado por su sobrino.
En 1817 dirigió un memorable concierto en Buenos Aires, con 16 ejecutores de instrumentos; cinco años después fundó la Sociedad Filarmónica.
El sacerdote Picasarri, una vez declarada la Independencia argentina, no quiso renunciar a la ciudadanía española, de la cual estaba orgulloso, y decidió regresar al viejo Continente.
En este viaje y en la permanencia en Europa fue acompañado por Juan Pedro, quien una vez allí buscó maestros de música y se perfeccionó en piano, canto y composición en las ciudades de Madrid y París.
Los caminos de la historia
Mientras esto ocurría, en el Río de la Plata, después de los acontecimientos de 1820 y la caída de las autoridades nacionales, Martín Rodríguez fue nombrado, en abril de 1821, gobernador titular de Buenos Aires y designó a Bernardino Rivadavia (1780-1845) como ministro de Gobierno.
Entre las obras de Rivadavia se destacó el impulso a la educación pública y el dictado de la Ley del Olvido, en noviembre de 1821, que otorgaba amnistía a los ciudadanos enjuiciados por causas políticas.
En su artículo único, la norma establecía que a partir de la sanción de la Constitución Nacional, existiría un olvido para las opiniones y acciones originadas por las distintas concepciones políticas de los ciudadanos argentinos.
Esta ley, destinada a borrar odios y promover la pacificación nacional, permitió el retorno, entre otros, de Carlos María de Alvear, quien había ejercido el Directorio en 1815; Miguel Estanislao Soler, quien había luchado en las Invasiones Inglesas del lado patriota y apoyado luego la Revolución de Mayo; Manuel de Sarratea, miembro del primer Directorio, diplomático y luego gobernador de Buenos Aires, y Manuel Dorrego, luchador por la Independencia y también luego gobernador bonaerense, además de Picasarri, quien decidió el regreso al conocer el dictado de la ley.
Rivadavia, quien impulsó la reconciliación y el regreso de los argentinos a su país, no murió en su patria sino en Cádiz, España, el 2 de septiembre de 1845. A su regreso de ese país, donde estaba desde 1829, en 1834, el entonces gobernador de Buenos Aires, Juan José Viamonte, no le permitió desembarcar, por lo que se estableció en Uruguay y luego de nuevo en España.
Los desencuentros entre argentinos llevaron a divisiones y exilios ya en aquella época y estas situaciones impactaron en Esnaola, quien puso lo mejor de sí en su trabajo artístico, buscando a través de su adaptación del Himno despertar el noble sentimiento del patriotismo unido al amor a la Patria.
El regreso a la Patria y el reconocimiento
La historia se escribe de forma a veces inesperada, ya que si tío y sobrino hubieran permanecido en España en caso de no dictarse la Ley del Olvido o no hubiera habido interés en considerar sus beneficios, la Argentina no tendría hoy el arreglo de su Himno Nacional efectuado por Esnaola.
Pero no fue así y ambos regresaron al país en 1822, fundando una escuela de música, dirigida por el sacerdote y en la cual su sobrino era profesor de piano y canto. Quizás los alumnos no sabían la forma en que su docente pasaría a la historia, como ocurre a menudo. Las grandes personalidades están a nuestro lado y luego el destino hace su jugada y nos sorprende.
El diario Argos en una edición de ese año expresa sobre el joven músico:
«El joven D. Juan Pedro Esnaola dotado de un genio particular para este arte ha recibido en Europa y posee todos estos conocimientos indispensables. En su tierna edad es el Néstor de la Música. A la buena inteligencia y empeñosa contracción de ese benemérito eclesiástico (su tío, claro está) debe aquel joven los extraordinarios progresos, que con sus bellas disposiciones ha conseguido en este arte encantador».
El escritor, político y periodista Juan Cruz Varela (1794-1839), escribió este poema dedicado al artista de la música que pasaría a la historia por su arreglo sobre el Himno Nacional:
Esnaola, tú también debida parte
En mi verso tendrás tu edad temprana,
Tu talento sublime y prematuro,
La perfección de tu arte,
Todo viene en tu honor; y estás seguro
De que tu sien alguna vez Apolo
Coronará con el laurel, que sólo
Suele adornar privilegiadas sienes
Tanto derecho a sus favores tienes!
Una gran obra musical
Esnaola compuso varias obras orquestales religiosas, que se presentaban en la Iglesia de San Ignacio, que está al escribirse estas líneas, en 2015, en la esquina de Alsina y Bolívar, en su lugar original, donde Picasarri era maestro de capilla.
Entre 1835 y 1838 compuso diez canciones junto al poeta y escritor Esteban Echeverría, quien nació en Buenos Aires en 1805 y falleció en Montevideo en 1851, autor entre otras obras de La Cautiva y El Matadero, quien se exiliaría en Uruguay luego del levantamiento de los Libres del Sur, en 1839, contra Juan Manuel de Rosas, en el que participó pero no tuvo el éxito que los insurrectos esperaban.
Esnaola permaneció en Buenos Aires y participó de reuniones artísticas organizadas por Manuelita Rosas, hija de Juan Manuel de Rosas y Encarnación Ezcurra. Al derrotar Justo José de Urquiza a Rosas en la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852, éste se exilió por el resto de sus días en Southampton, Inglaterra hasta su muerte, en 1877. Manuelita lo acompañó y falleció en Londres en 1898, sin haber vuelto a suelo argentino.
Las vidas de los nombrados y muchos otros argentinos se cruzaron con historias que los alejaron de la Patria, terminando su vida lejos de la tierra que los viera nacer y a la cual amaban. Empero, Esnaola permaneció en la Argentina, ejerciendo luego de la caída de Rosas cargos públicos sin relación con la música, hasta su fallecimiento el 8 de julio de 1878.
Entre sus obras musicales están una Gran Sinfonía para Orquesta (1824), una Misa de Réquiem un año después, el Minué Federal (1842), el Himno a la Sociedad Filarmónica y el Himno a Nuestra Señora de las Mercedes.
Esnaola y el Himno
El destino quiso que permaneciera en la Argentina y así, en 1860, este autor de misas, himnos religiosos, canciones, música de baile y sinfonía brindó a su país el arreglo para música militar del Himno Nacional Argentino que pasó a ser la música oficial de esta pieza, con base en apuntes de Blas Parera, autor original que Esnaola había conservado.
La letra del Himno Nacional fue escrita por Vicente López y Planes (1785-1856), quien fuera por un breve lapso, en 1827, Presidente Provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
La música fue compuesta por Blas Parera, quien la escribió la entre el 12 y el 28 de Mayo de 1813.
En 1860 Juan Pedro Esnaola presentó su segunda versión, basada en la obra original de Blas Parera, que fuera establecida como versión oficial por decreto del Gobierno Nacional de fecha 24 de Abril de 1944.
El artículo 7 de esa norma legal establece:
Art. 7° – Adóptase, como forma auténtica de la música del Himno Nacional, la versión editada por Juan P. Esnaola, en 1860, con el título: «Himno Nacional Argentino. Música del maestro Blas Parera». Se observarán las siguientes indicaciones: 1°) en cuanto a la tonalidad, adoptar la de Sí bemol que determina para la parte del canto el registro adecuado a la generalidad de las voces; 2°) reducir a una sola voz la parte del canto; 3°) dar forma rítmica al grupo correspondiente a la palabra «vivamos»; 4°) conservar los compases que interrumpen la estrofa, pero sin ejecutarlos. Será ésta en adelante, la única versión musical autorizada para ejecutarse en los actos oficiales, ceremonias públicas y privadas, por las bandas militares, policiales y municipales y en los establecimientos de enseñanza del país.
Es importante leer el artículo 10 del decreto, que si bien es de forma tiene firmas de quienes han pasado a la historia por su labor de gobierno:
Art. 10 – Comuníquese, publíquese en el Boletín Oficial y archívese. FARREL – Luis C. Perlinger – César Ameghino – Juan Perón – Alberto Teisaire – Diego I. Mason – Juan Pistarini.
La obra de Esnaola respecto a la canción patria argentina es un importante legado que permanecerá por siempre en el sentimiento de los argentinos.
El historiador Vicente Gesualdo, autor entre otras importantes obras de investigación sobre arte de “Historia de la Música en la Argentina: 1852-1900”, sostuvo sobre este trabajo:
«Esnaola subsanó algunas deficiencias de armonización, algo pobres en la versión original, embelleciendo así la composición con su dominio de la técnica y depurado gusto musical».
Digno homenaje a un gran creador
Honra la memoria de este artista la Escuela de Música que lleva su nombre y en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires forma Maestros de Música para los Niveles Inicial y Primario, además del Profesorado que permite un excelente nivel artístico y una salida laboral.
La obra de Esnaola permanece por siempre
Este gran artista, a quien mucho debe la República Argentina, falleció en la ciudad de Buenos Aires en 1878. Recordémoslo cada vez que escuchamos el Himno Nacional de la República Argentina, pues a él le debemos la versión que enaltece y honra los valores patrios. Alberto Auné
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