Tributo al prócer y su paso a la inmortalidad en la Batalla del Parí, el 21 de noviembre de 1816
Alberto Auné
La escena
Al asomar el Sol en la mañana de aquel glorioso
veintiuno de noviembre de mil ocho dieciséis
el brillar de las armas llegaba en vaticinio
de lo que todos allí presentes preveían.
El ruido de los sables preanuncia la llegada
del exacto momento que ha fijado el destino,
lejanos se adivinan y certeros se cruzan
los ojos y las mentes de ambos enemigos.
Listos los dos están al frente de sus tropas,
preparados ahora para enfrentar su suerte,
con el Parí testigo que observa en su silencio
las armas que se agitan presagiando la muerte.
En el combate que inexorable llega
uno de ambos contendientes al otro vencería,
o Warnes o Aguilera que la lucha aguardaban
en el preciso momento y en el exacto día.
La gloria inmarcesible a Warnes aguardaba
en un destino que ya el Supremo había escrito
y lo esperaba cual una novia dispuesta
a consumar una boda teñida de martirio.
“Alea jacta est”, la suerte ya está echada
y Warnes generoso su vida ofrendaría,
Padre de los Cruceños que mucho lo veneran
así como los pueblos de Argentina y Bolivia.
Los momentos previos
El ruido de los sables preanuncia la llegada
del momento temido y esperado que se avecinaba.
lejanos se adivinan y certeros se cruzan
los ojos de los hombres con vidas enfrentadas.
Un trágico presagio cruza a Warnes y Aguilera,
que preparados están para el cercano destino
mientras todo el Parí se cubre con silencio
que habla y trae mil palabras consigo.
“Nunca nos bañamos dos veces en el mismo río”
Heráclito de Éfeso una vez proclamaba,
diciendo que la vida nos va transformando
mas sin cambiar el nombre con que nos llaman.
Hoy el Parí, que permanece por los siglos,
se teñirá de rojo cual marca su destino
y cuando vuelva a tener el agua clara
nunca más será el mismo, pues la muerte habrá visto.
Será testigo de la ofrenda de la vida
de Warnes y sus cruceños por la amada libertad
y en prueba de ello mutará ese día su color,
transformando su cauce en visión fantasmal.
Nombres e historia
Ignacio Warnes y Francisco Javier Aguilera:
dos hombres y dos universos en el Parí se sienten;
sus nombres llegan desde lejos y recuerdan
a Ignacio de Loyola y Francisco Javier.
Aquellos grandes hombres el mundo transformaron;
fueron dos jesuitas que fundaron en Europa
la Compañía de Jesús y ahora, paradoja de la vida,
esos nombres se cruzan con las armas ya prontas.
Uno tendrá una victoria perecedera
y el otro ofrendará su vida generosa,
naciendo en esa jornada a la inmortalidad
por su valentía y su lucha gloriosa.
La proximidad de los hechos
Los ejércitos frente a frente se preparan
para el choque venidero que ya los confronta;
los realistas aguardan la orden de Aguilera
y los patriotas de Warnes las palabras que afloran.
Las mentes de los hombres se llenan de añoranzas
de amores que esperan, estén cerca o lejos,
tras un valle cercano o un océano inmenso,
en rostros de mujeres y de niños inquietos.
Ninguno de ellos huirá del destino que llega;
lo sabe Ignacio Warnes, que recuerda en silencio.
Su memoria se acelera, su vida en segundos pasa
como ante todos nosotros en los últimos momentos.
Los recuerdos de Warnes
En Buenos Aires, la aldea, pequeña todavía,
en el mil siete setenta Manuel Warnes, el alcalde,
daba con su esposa Ana al mundo una gran dicha:
llegaba a este mundo un hombre justo y grande.
Ignacio José Javier, un digno ser humano,
simiente de patria en Bolivia y Argentina,
prócer que hoy y siempre es ejemplo a seguir
¡demos loas al cielo por la gracia de su vida!
Aquel nacimiento con gozo cante América
y todos uno seamos, en himno a la alegría,
sin distinción de credos, pensares ni colores
de piel y celebremos aquella epifanía.
Luego, pasado el tiempo, el honor marcó la vida
del prócer que todo por la Patria daría,
ayudándola a nacer con dolores de parto
y alumbrando un nuevo mundo al que liberaría.
Sus padres con amor educación le brindaron,
con formación que le diera carácter viril.
por ello eligió la carrera de las armas,
como instrumento para luchar y servir.
Así al mundo llegó una gran buena nueva:
un héroe surgía, de la libertad amante.
su nombre era Ignacio Warnes, y el momento era ése,
en el que la historia conocería al gigante.
Enfrentó a los ingleses que osaron acercarse
con de poder ambición más que ciega
a invadir esta tierra, ayudando a expulsarlos
y que el león británico sus armas rindiera.
Allí de arrojo y valentía dio ejemplo
ante el cual los grandes enemigos temblaron;
fue siempre adelante en el avance criollo
que humillara a quienes invadirnos osaron.
Luego en Paraguay su valor es admirado;
vocero de paz en nombre de Manuel Belgrano,
buscó evitar que las armas que éste conducía
sumieran a Asunción en una guerra entre hermanos.
La concordia y la paz buscaban estos hombres,
que la Junta había elegido y hacia allí enviado
para sumar voluntades por la causa más noble
que Buenos Aires a toda América había dado.
Mas la traición esperaba; hay hombres que no saben
que cuando llega el momento los pueblos se rebelan:
Fulgencio Yegros lo arresta, violando derechos
claramente expresados en las leyes de la guerra.
A la Banda Oriental llega siendo prisionero
hasta ser liberado en el Sitio de Montevideo;
una vez libre bajo el mando de Belgrano
regresa a la lid, su sueño y su deseo.
Está presente en las victorias de Salta y Tucumán,
que dieron gloria a la libertad que se acuna,
inflamando el alma y el honor de los patriotas
y sabe del dolor de Vilcapugio y Ayohuma.
La lucha lo hace cada vez más fuerte y la Patria
le agradece mil veces haberla defendido;
avanza por América del Sur, donde su nombre
es amado por propios y por otros temido.
Dos héroes cubiertos de gloria
Dos hombres entonces optar decidieron
entre España y la libertad que en América nacía;
escucharon cual Saulo de Tarso la pregunta
“¿Por qué me persigues?” que Jesucristo le hacía.
Aquel interrogante dio nacimiento a San Pablo;
de Apóstol de los Gentiles le dieron el nombre,
quien conoció la Verdad y no volvió a ser el mismo,
como ocurriera con estos dos grandes hombres.
Uno luchó por España como ayudante de campo
en mil ochocientos ocho: en Bailén fue soldado;
con honor y valentía el combate asumió
y el francés invasor terminó derrotado.
El otro en ese tiempo en Buenos Aires peleó
contra el británico armado que a esas tierras osaría
intentar conquistar, sin conocer al bravío
león criollo que a sus fuerzas el coraje opondría.
José de San Martín e Ignacio Warnes se llamaban:
sirvieron a España hasta que un día supieron
que una causa superior ahora los convocaba
y con alma generosa ni un instante vacilaron.
Así sus vidas entregaron a la causa que llamaba:
liberar América, el suelo amado y bendito
en el que nacería la revolución amada
y con coraje asumieron el destino elegido.
Llenaron de orgullo a su pueblo y ahora alumbran
con brillo inmarcesible en la luz de los cielos.
¡Honre América toda a José de San Martín
e Ignacio Warnes, con honor y respeto!
La lucha de Warnes
Múltiples fueron los combates en que Warnes
la causa de la libertad con esfuerzo defendiera.
Todo lo dio por la Patria que naciente
comenzaba a gestarse en su amada tierra.
En La Florida triunfó unido a dos grandes:
Juan Antonio Álvarez de Arenales uno se llamaba
y el otro fue el valiente José Manuel Mercado.
¡Gloria a ellos y a sus vidas entregadas!
Les debemos el fin del sueño realista
del retorno al Plata, una ambición soñada
que esperaba el poder de la Corona reinstaurar
pero en ese combate la Patria dijo ¡Basta!
Ignacio cae en San Pedrillo frente a Joaquín Blanco;
vence a Juan Altolaguirre en Santa Bárbara
y sigue firme en la lid, pues nada lo detiene
en su marcha hacia la gloria que paciente esperaba.
En Tucumán la victoria mucho a Warnes le debe;
allí pelea junto al francés Carlos Forest;
ante ellos se rinde un centenar de enemigos
y su nombre miles de labios ya recorre.
Los actos en batallas contar largo sería
que Warnes recuerda con emoción de héroe;
ante él rápida y eterna la vida desfila
esperando la gloria que el Parí le daría.
La memoria de Warnes recuerda a los hombres
que de la Revolución el llamado respondieron,
creando tierra libre en su amada Bolivia,
guerreros valerosos que enfrentan todo viento.
En su corazón habitan los centauros del Trece,
que con él han luchado por la Patria naciente.
Hizo libres a esclavos a los que a partir de aquel año
la Asamblea les diera la libertad de vientres.
Así fue más generoso que aquella Asamblea,
la que dijo que nacidos serían libres por siempre,
haciendo a sus padres también liberados
y ellos a su lado con su vida agradecen.
Luego llegaron las Republiquetas
que junto a otros valientes Ignacio organizara
creando tierra libre en su amada Bolivia,
epopeya que llega a los cuerpos y almas.
Àlvarez de Arenales fue uno de quienes
proclamaran junto a Manuel Ascencio Padilla:
¡Esta tierra será libre del cruel invasor
para siempre juramos libertad con hombría!
Warnes el Grande fue nombrado Gobernador
de su amada por siempre Santa Cruz de la Sierra
y aquellas Republiquetas fueron claro ejemplo
de un pueblo y una tierra unidos en la guerra.
Luego el combate vuelve a llamarlo
y parte a los hermanos de Chiquitos servir,
para prepararse cual sabio a la inmortalidad
que lo espera, amorosa, a la vera del Parí.
La arenga
Ignacio Warnes ahora habla a sus hombres
con palabras que amor transmitirles intentan
a la Patria naciente que los mira con ansias,
con voz que suave comienza y luego se eleva.
Esa arenga es un grito que al alma de América llega
por sobre valles y montañas con voz promisoria
y transmite un mandato que el tiempo atraviesa:
“Cruceños: ¡Vencer o morir con gloria!”
El combate
Llega la lúgubre hora del enfrentamiento;
se atacan y confunden hombres, caballos y armas.
La pólvora se suma con su mensaje de muerte
en orgía de sangre, rencor, odio y revancha.
Por un lado los realistas con sus armas y pendones
creen que la muerte es respuesta a los gritos
de libertad que llegan desde lo profundo
de la tierra que gime por siglos de dominio.
Por otro lado patriotas que desde lo más profundo
de su ser extraen la fuerza que les brindan
los espíritus de quienes antes que ellos lucharon
y llegan desde el fondo de América misma.
Al enfrentarse unos a otros las almas se transforman
en bestia que matar debe para poder ser triunfante;
quien lucha sin ideales hace del odio un placer
que lo transporta a un orgasmo avergonzante.
Todo es confusión y los cuerpos se mezclan
cayendo ya sin vida en confusos montones.
la locura conduce a perder la conciencia
y riega ya el Parí la sangre de leones.
El odio ha llegado de allende el Océano
a esta tierra bendita de paz y trabajo,
creen sus profetas que todo lo pueden
pero no oprimirán a un pueblo despertado.
Cae la tarde en aquel campo de Marte:
ya junto al Parí, testigo inevitable,
se une la sangre de patriotas y realistas
a los que la muerte llama en lista interminable.
Todo es quietud. La calma tras la dura batalla
cubre a los héroes de la patria americana
y a sus enemigos; la muerte no distingue
entre gentes distintas ni almas hermanas.
Permanecen pocos valientes en la escena;
los cruceños atisban la segura derrota
y llega la tentación de una huida honrosa
justificada por el número ya menor de patriotas.
Pero la rechazan y atacan con fuerza al enemigo
y entregan su vida con amor por su tierra.
¡Vencer o morir con gloria! fue la orden de Warnes
que cumplirán sin vacilar, con lealtad cruceña.
Siembra la tierra la sangre de valientes
generosos que no esperan recompensas ni bienes
que la ambición corrompe y crea ídolos falsos
que pasarán al olvido en muy poco tiempo.
De estos próceres los nombres escribe
con letras indelebles la historia a resguardo,
pues la Patria con dulce memoria los recuerda
y los abraza cual madre a sus hijos amados.
Por su gesto merecen riquezas en el cielo,
aquellas de que habla Jesús en el Evangelio:
morir por la Patria es vivir en la conciencia
del pueblo que recibe de ellos el ejemplo.
Cumplen así su deber los héroes del Parí.
Su coraje y amor patrio por siempre recordemos,
pues quedarán en nosotros aunque pasen los siglos;
son orgullo cruceño. ¡Sus nombres veneremos!
Cuando el Sol se esconde huyendo de la masacre,
las aguas del Parí de rojo están pintadas
pero la felonía aguarda y presente se hace
en cobardes que con puñales a Warnes atacan.
Su cuerpo cae para fecundar aquella tierra
mientras su alma parte a la gloria sempiterna,
para ocupar su lugar en el Olimpo de la Patria
cuyos hijos su nombre por siempre respetan.
Ignacio Warnes y sus valientes cruceños
merecen nunca caer en el olvido;
que Dios les dé la paz por siempre que merecen
y callen las palabras pues es hora del silencio.
La caravana de la muerte
Mas nada ha concluido, pues falta aún la escena
que sórdida e imponente en el ocaso llega:
Aguilera encabeza la fantasmal caravana
que salvaje entre gritos la victoria alardea.
Los invasores creen al pueblo haber vencido,
mas ignoran que pronto serán los derrotados
y marchan al derrumbe con mirada soberbia
mirando al mundo solos sobre sus caballos.
En su mano Aguilera agita en triunfo una pica
que los cruceños observan en amoroso silencio
y se inclinan ante ella en signo de homenaje
a quien legara su vida al servicio del pueblo.
Aguilera, soberbio, asume en su delirio
que el pueblo ante él agacha la cabeza
y prosigue su marcha al mundo desafiando
sin saber que ese pueblo su bajeza desprecia.
Todos los asistentes al gran héroe veneran,
pues la pica de Aguilera exhibe sin pudores
la cabeza de Ignacio Warnes que mira desafiante
pues ha muerto con gloria y volverá sin rencores.
Así, Ignacio pasea su gloria ante su pueblo
con provocador gesto presagio del regreso;
caen de ella gotas de la sangre que siembra
en la tierra semillas de triunfo confeso.
La multitud observa al líder de la muerte
que cree haber vencido a los bravos cruceños;
El invasor ignora que el triunfo venidero
traerá el honor y la gloria al noble pueblo.
No saben que avanza el sublime momento
que próximo y con fuego de volcánico rugido
traerá la gloria a quienes habitan este suelo
y demostrarán con fuerza su espíritu bravío.
Son los cruceños, que lanzarán el grito
de libertad de América, de rebelión y sueño
y derrotarán al déspota que ha osado
mancillar con soberbia a su amado suelo.
La Zarca
En aquella multitud dos ojos se destacan
y brillan con luz propia que el vencedor ignora:
los ojos de Ana Barba, la Zarca, todo observan
y será del futuro la dueña y señora.
Ella no está sola: la acompaña su esposo,
Francisco Rivero, quien la arropa en un abrazo,
sabiendo que sobran ahora las palabras
y poseerán la merecida gloria con Ignacio.
Una noche la Zarca y Francisco se preparan;
los acompaña el héroe José Manuel Baca, “Cañoto”;
los tres saben que llega el momento de que muerda
el orgulloso Aguilera de la derrota el polvo.
Ingresan en lo oscuro a la plaza con sigilo
tomando la cabeza del prócer con cuidado;
luego la esconden en el suelo que la acepta,
con orgullo de cruceños que humillan al malvado.
El suelo cruceño recibe de Warnes la cabeza
que con amor custodian valientes noche y día,
mientras espera recibir el amor merecido
de quienes veneran a Warnes y Bolivia.
El invasor responde con búsqueda incansable;
la furia de Aguilera con violencia arremete,
pero todo es inútil: la cabeza de Warnes
nunca hallarán pues la esconde su pueblo presente.
Guardan secreto y sigilo los cruceños,
honrados del privilegio de guardar en ese suelo
al Padre de Santa Cruz, que así los acompaña
haciendo más llevadero el triste duelo.
Aguilera no piensa que en esa noble tierra
haber pudiera quien custodiara aquellos restos;
su mente no comprende aquel gran amor patrio
y así sigue impotente y de odio cubierto.
El reencuentro de Warnes y su pueblo
Pasan nueve inviernos y el reloj de la historia
marca con sus agujas el ritmo inexorable
de la lucha que al fin trae la victoria,
y la muerte y el olvido se llevan a Aguilera.
Un día tropa y pueblo a una mujer observan
con una caja en sus manos, recubierta de tierra
oculta nueve años a riesgo de su vida
en un secreto heroico, que ha vencido a la guerra.
Para ella y su Bolivia ha llegado el momento:
la Patria ahora nace a un tiempo liberado.
¡Gloria a Dios para siempre! Y gloria a los cruceños
que ofrendaron sus vidas para darnos su legado.
José Videla, primer mandatario patriota,
llega ante ella y la multitud que observa.
Con gesto respetuoso a la mujer se acerca
y recibe la caja con sus manos que tiemblan.
Todos los corazones laten con gran respeto;
Videla abre la caja y lanza su proclama:
¡Cruceños, larga vida y honor para la Zarca!
¡La gratitud cruceña hacia ella se derrama!
La tropa junto al pueblo se inclina arrodillada
y cantan a la Patria con emoción sagrada.
son uno los paisanos y hermanos de uniforme
que emocionados se abrazan, lloran y cantan.
Las lágrimas se escurren por las rudas mejillas
de quienes combatieron por el honor que llega
y escuchan a Videla que con voz demudada
expresa ante todos emocionadas palabras.
Pide que a la caja se honre con respeto,
pues contiene ante todos, altiva y venerable,
la cabeza de Warnes, que llega desde el tiempo
y ahora para siempre quedará con su pueblo.
La voz de Warnes llega desde el cielo a estas almas:
¡Cruceños, aquí y ahora vive la historia!
¡He cumplido y pagado con la vida mi palabra,
ambas cosas llegaron: vencer y morir con gloria!
Luego en la iglesia se agolpan quienes tienen
el sagrado privilegio de vivir aquella hora.
Una misa que evoca a quienes en el Parí un día
por la Patria todo dieron, incluyendo su vida.
Ellos observan ahora desde su celeste gloria
junto a quienes agradecen al Cielo ese momento
tributando homenaje a los valientes patriotas
que el mandato de Warnes con su vida cumplieron.
Luego, ante el pueblo que observa,
la cabeza de Warnes recibe el homenaje
de quienes llegan a Santa Cruz de la Sierra
y en ese suelo descansa para guiarnos siempre.
Honor a los compañeros de Warnes
Gloria a la Zarca, Manuel Ascencio Padilla,
quien se uniera al primer grito de libertad
y fuera cruelmente decapitado por Aguilera;
honor para Juana Azurduy, su amada esposa.
Memoria y justicia también para Vicente Camargo,
el tercer degollado por el odio invasor;
resistió en Cinti, ciudad que hoy lleva su nombre,
junto a quienes también su vida entregaron.
Cañoto y tantos otros que pelearon por Bolivia
cuya libertad su pueblo hoy custodia vigilante,
pasados los siglos seguirán siendo ejemplo
de quien ante sus nombres se incline venerante.
Todos quienes ofrendaron su vida por la libertad,
hombres y mujeres que todo lo dieron
sin medir consecuencias, sin pedir recompensa;
su gesto será eterno por la Patria y su suelo.
Ellos fundaron la Patria y la cuidan cual padre
que a sus hijos custodia sin nunca dejar solos.
América toda con afecto los honra;
no sabemos sus nombres. ¡Honor a todos ellos!
Del Parí cuando avanza el cauce escuchemos,
pues trae un mensaje desde su profundo fondo
y pronuncia palabras que llegan desde el Cielo:
¡Cruceños, Warnes vive en cada uno de vosotros!
Apéndice
(En que se habla de dos pasos a la inmortalidad
y se explica el título de este trabajo)
Cerremos este homenaje
trayendo a nuestra memoria
un paralelo que muestra
dos gigantes de la historia.
Diez siglos antes que Warnes
por América luchara
en Castilla, allá en España,
un hombre también peleaba.
Por su tierra y por su honor
guerreaba sin vacilar;
fue para todos gran señor,
Rodrigo Díaz de Vivar.
El Cid Campeador, su apodo,
toda España utilizaba
al nombrarlo con respeto:
contra los moros luchaba.
Defendía así su tierra
contra quienes la atacaban
y en defensa de los suyos
con valor todo lo daba.
Esta gesta nos la narra
un gran anónimo autor
que con cálamo de entonces
sus proezas bien cantó.
“Cantar del Mío Cid” se titula,
poema épico que honra
a la lengua castellana.
y que nos narra esta crónica.
Cuentan que un día, sitiado
en enorme fortaleza,
junto a los suyos resiste
el ataque que comienza.
Llega una lanza enemiga
que su armadura atraviesa,
marcando en ese momento
el final de su existencia.
Sus soldados no vacilan:
ponen su cuerpo sentado
al mando de su caballo
que Babieca se llamaba.
Aquel jinete ya avanza,
sale de la fortaleza
y va al encuentro de aquellos
que triunfantes ya se piensan.
Lo siguen sus fieles leales
que a la muerte no le temen
y así lo van escoltando,
logrando que lo respeten.
El enemigo, al ver esto,
huye con miedo y desorden,
pues conoce que es valiente
Don Rodrigo, aquel gran hombre.
Su figura se agiganta
sin que nada en ella sobre
y al avanzar sobre Babieca
se torna inmortal su nombre.
El Cid Campeador entonces
vence muerto al adversario
que escapa de su presencia
y termina allí humillado.
Así muerto en su caballo
avanza firme Rodrigo
con los pendones flameando
y venciendo al enemigo.
Warnes alza su cabeza
en la pica de Aguilera,
con mirada majestuosa
que los cruceños veneran.
Surge inmortal moraleja:
nunca un soldado termina
la lucha que comenzada
hacia el gran triunfo lo acerca.
Un milenio separados
Don Ignacio y Don Rodrigo,
ninguno conoció al otro
mas pudieron ser amigos.
Warnes habla sin palabras
y dice verdad entera:
será para siempre libre
y respetada esta tierra.
El invasor que ha llegado
y osara oprimir al pueblo
será por siempre humillado
sin que recuerden su cuerpo.
¡Cantemos todos unidos
al recuerdo de aquel hombre
que de la muerte ha llegado
y veneremos su nombre!
Amemos por siempre al héroe
honor de la historia camba,
al que pueblos de Bolivia
y de Argentina hoy le cantan.
Con gratitud a su nombre
digamos: ¡No ha sido en vano
La lucha de Ignacio Warnes,
El Cid Sudamericano!
Este trabajo es un homenaje a Ignacio Warnes, con motivo del bicentenario de su paso a la inmortalidad, producido el 21 de noviembre de 1816 en la Batalla del Parí, y a los patriotas que lucharon por la Independencia de los países que hoy componen la América del Sur, en especial en Bolivia y Argentina.
Se ha efectuado el correspondiente registro legal de propiedad intelectual, autorizándose su libre difusión y reproducción, con la única condición de indicar su autor: Alberto Auné.
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