Valores, pedagogía y escuela

· Alberto Auné, educación, sociedad
Autores

Alberto Auné

El cuadro de la sociedad actual indica la necesidad de formarse para encarar la vida con fortaleza interna y con métodos creativos y originales para que las comunidades alcancen un mejor nivel de ex­presión. El rol de la familia y de la escuela.

 

La Verdad, la Belleza y el Bien como valores fundamentales para la vida han sido planteados por filósofos y pedagogos a lo largo de la historia.

A menudo parecen dejados de lado en el proceso educativo, en aras de otras disciplinas, si bien útiles, que no ocupan el primer lugar en la formación del ser humano.

El intercambio de ideas genera conceptos que en algún momento forman parte de proyectos comu­nes. Es alentador poder acercar el fruto de una reflexión a sabiendas de que muchos lectores podrán seguir el propio hilo de su pensamiento y profundizarlo.

El filósofo Immanuel Kant sostiene que hay «un acuerdo del conocimiento con el hombre». Pero, de inmediato, las fuentes del pensamiento uni­versal revelan que «bello es aquello que manifiesta la verdad» y que «bien es la fuente de todo «ser» en el hombre y fuera de él». En el lenguaje moderno  -y esto es muy importante comprender. la palabra «bien» empleada en su esencia, siempre denomina un «valor». Entendido esto, que sólo es un pequeño indicio de la profundidad del mundo que el hombre enfrenta cotidianamente, falta relacionar los valores «verdad», «belleza» y «bien».

La educación debe ir más allá de impartir el saber para llegar también a la esfera de los valores, de lo espiritual. Muchos educadores comprenden la necesidad de elevar la formación educativa del nivel puramente objetivo para estimular todo aquello que se relaciones con la razón, que representa el verdadero atalaya del hombre moderno.

Bertrand Russell se ocupó bastante de este tema; al respecto sostuvo que «la educación no debería tender a lograr una percepción pasiva de hechos muertos, sino debería ser dirigida a ese mundo que nuestros esfuerzos deben crear».

Para crear, el niño, el adolescente, el joven o el ser humano maduro, deben impregnar se de todo aquello que se desprende de la Verdad, del Bien y la Belleza.

Toda creación supone un creador animado y activo que actúa intencionalmente y utiliza la imaginación creadora. Lograr esto debería ser un objetivo de la mo­derna pedagogía, alineando al educando con sus mejores condiciones y disponiéndolo a realizar un trabajo positivo para su formación, que dejará efectos para toda la vida. Alberto Auné

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