Alberto Ginastera (Fuente: http://www.wikimedia.org)
Alberto Auné
Si bien podríamos definir a Alberto Ginastera como uno de los más grandes músicos argentinos, es preferible llegar a esta conclusión no por la lectura de un punto de vista sino por nuestra propia opinión, a la cual llegamos después de aproximarnos a su vida y obra.
Por eso, conocer la trayectoria de este gran artista nos mostrará a una persona que ha llegado a la música para crear obras que no están ligadas a la moda sino a la inspiración y el trabajo.
La doctora en música y destacada escritora Pola Suárez Urtubey se refiere a las etapas creativas de Ginastera de la siguiente manera:
«Primero, surge la idea musical y sobre esta idea elaboró mentalmente la estructura formal de la futura obra; este proceso de gestación, en el que se configura a grandes rasgos la obra, abarca veces un número bastante considerable de meses y hasta de años. En realidad la germinación interior de la obra debe ser cuidadosamente vigilada, pues cuanto más se perfecciona la idea original y cuanto más acabada aparezca su contextura, más fácil resultará luego la elaboración posterior.
La segunda etapa la realizó genialmente en el piano para hallar el material musical que entrará a formar parte de la composición. Una vez que he asido la idea (que es algo así como el corazón de la obra) y que he conseguido darle una estructura formal ordenada, sólo me resta dar vida al material sonoro y rítmico que he ido reuniendo alrededor del andamiaje de la obra. Esta es la etapa de la realización, cuando las ideas elaboradas mentalmente tienen que ser transmitidas al papel pentagramado. Es el verdadero nacimiento de la obra, que muchas veces es difícil y laborioso, pues no es fácil concretar lo que hemos imaginado de una manera abstracta. Una vez que he realizado esta tarea, el trabajo de instrumentar (en el caso de obras sinfónicas) es casi un juego, ya que al escribir la música, la instrumentación ha ido surgiendo conjuntamente. Esta labor es puramente técnica, casi diría mecánica, y resulta como una bendición el ceñirse a un trabajo maquinal después de haber estado durante tanto tiempo dedicado a una labor especulativa».
Alberto Ginastera nació en Buenos Aires el 11 de abril de 1916, de familia catalana e italiana; es decir, de amplio espíritu mediterráneo pero sin antecedentes musicales. A los siete años comenzó a tomar lecciones de música y a los veintidós se graduó en el Conservatorio Nacional.
En la sala del Teatro Colón, un año antes, estrenaba la leyenda coreográfica en un acto Panambí, de la que dijo el músico y crítico José André en un matutino porteño de la ciudad de Buenos Aires:
«Escrita con un lenguaje moderno que no retrocede ente las más ásperas disonancias y extrañas combinaciones, se caracteriza por su fuerte impulso rítmico, avasallador por momentos, que alterna con pasajes más tranquilos, de sonoridades suaves y delicadas, realzados todos por una orquesta colorida y equilibrada, alternativamente poderosa y trasparentes…».
Este comienzo, que no podía ser más prometedor, sigue avanzando con las obras del período juvenil, en general de inspiración nacionalista y folklórica: Cinco canciones populares argentinas y Las horas de una estancia, para canto y piano; Tres piezas, Malambo y Doce preludios americanos, para piano; Obertura para el Fausto Criollo y Ollantay, para orquesta y las Lamentaciones de Jeremías Profeta, para coro a capella.
Aquellas mencionadas danzas, que duraban en total cinco minutos, llevaron por nombre Danza del viejo boyero, dedicada a Pedro Sáenz; Danza de la moza donosa, dedicada a Emilia A. Sthalberg y Danza del gaucho matrero, dedicada a Antonio de Raco.
Estas obras son aún hoy recordadas como piezas en las que el folklore argentino permitió una de las recreaciones más hermosas y sensibles; fue precisamente De Raco el pianista que las estrenó en Buenos Aires en 1937.
Un poco más tarde se estrenan Cantos del Tucumán, para voz, flauta, violín, arpa y dos cajas indígenas, sobre poesías de Rafael Jijena Sánchez; Salmo CL, para coro mixto, coro de niños y orquesta; el ballet Estancia, inspirado en escenas de la vida rural argentina; la Pampeana Número 1, para violín y piano; el Cuarteto de cuerdas Número 1 y la Pampeana Número 2, que llegan poco antes de una obra fundamental: la Sonata Número 1 para piano, obra compuesta por encargo del Carnegie Institute y el Pennsylvania College for Women para el Festival Internacional de Pittsburg, en 1952, ciudad en que la estrenó la pianista Johana Harris.
Allí se une la inspiración nacionalista con nuevas búsquedas en pos de la dodecafonía. Años más tarde esta Sonata, también conocida como Sonata 1952, fue calificada en la publicación Der Kürier, de Berlín (Alemania), como «obra imponente, de lejos la mejor sonata para piano escrita en los últimos diez años. Rica en ideas, escrita en forma con estilo pianístico del período post-Liszt, adecuada para el piano y estructuralmente bien definida, esta sonata tiene muchas cualidades excelente».
A las muy elogiadas también Variaciones concertantes, para orquesta para orquesta de cámara (1953) sigue la célebre pastoral sinfónica Pampeana Número 3, dedicada a la Orquesta Sinfónica Louisville (Kentucky), y a su director, Robert Whitney, estrenada en esa ciudad estadounidense en 1954.
Al respecto Dwight Anderson escribió:
“Panorama de sonidos de la pampa argentina, con escenas que cambian del buen al mal tiempo, de la soledad a la ruidosa compañía; es una evocación de intransitados yermos y de lejanos hoizontes.. es una música de hoy, una obra que evita la reacción tanto como elude el más duro experimentalismo, una obra que canta, con voz argentina, todas las ilimitadas inmensidades dondequiera que ellas se encuentren”.
El Concierto para arpa y orquesta (1956) fue estrenado en Filadelfia (Estados Unidos) por la orquesta dirigida por Eugene Ormandy, actuando como solista Nicanor Zabaleta.
Después llegaron el Cuarteto de Cuerdas Número 2, la Cantata para América Mágica, para voz y orquesta de percusión (1960) y el Concierto para piano y orquesta (1961), estrenado en Washington y un mes después en el Teatro Colón, de Buenos Aires.
Al estrenarse en Nueva York, Louis Biancolli consideró al respecto:
«El Concierto de Ginastera participa de esa aparición espectral de la música moderna: él sistema dodecafónico, aunque lo emplea de una manea muy personal, la obra no deja de ser decididamente serial. Lo que la hace diferente es que el compositor argentino ha impuesto su tumultuosa personalidad al sistema; porque él no ha hesitado en imponer al concierto remolinos de bravura, a la Prokofieff. La música produjo gran excitación anoche. Espeluznantes destellos herían a las cuerdas, fantasmas se agitaban entre los vientos, los tambores sonaban majestuosamente y el piano azotaha pavorosos frenesíes de disonancia… el Concierto es cono una estación de fuerza motriz».
Después de esa definitiva consagración, Ginastera ha escrito muchas obras, entre ellas las óperas Don Rodrigo (1964, con libreto de Alejandro Casona, obra encargada por la Municipalidad de Buenos Aires, que también se presentó con muy buenas críticas en Estados Unidos), y Bomarzo, basada en la célebre novela de Manuel Mujica Láinez).
Esta última había sido precedida por una cantata para recitante y orquesta de cámara, mientras que Don Rodrigo permitió también componer una sinfonía estrenada en Madrid, tras cuyo estreno el diario ABC, de la capital española, calificó a su autor como “el compositor más importante de las dos Américas”.
Tras la fama, los premios internacionales, su incorporación a la Academia Nacional de Bellas Artes de la Argentina y otras merecidas distinciones, Alberto Ginastera siguió escribiendo con el mismo entusiasmo.
Siguieron las obras: Beatriz Canci, serenata sobre poemas de amor de Pablo Neruda; Concierto para violoncello, estrenado por la gran intérprete Aurora Natola-Ginastera; Turbae ad Passionen Gregorianam y Glosas sobre temas de Pau Casals.
Este gran artista de la música falleció en Ginebra (Suiza) el 25 de junio de 1983.
A todos quienes se inician en la creación musical, Alberto Ginastera dedicó unos consejos que siguen vigentes:
“Que compongan obras surgidas no de la improvisación, sino del orden preestablecido.
Que ellas no sean informalistas, sino que obedezcan a nuevas formas.
Que no se contenten con los caprichos de la moda, sino que evolucionen de acuerdo con sus necesidades estéticas.
Que, como creadores, sean lo más modernos posible, no por afán experimental, sino por necesidad espiritual y por lógica histórica.
Que no reduzcan su oficio a una serie de fórmulas matemáticas, sino que mantengan vivo su discurso mediante una dialéctica constantemente renovada.
Que no traten de sorprender por el uso de grafías rebuscadas, sino de sorprender por la profundidad del mensaje.
Que no prostituyan la nobleza de los materiales sonoros por una inescrupulosa avidez de descubrir texturas necias.
Que no desconozcan que la materia que utilizarán en sus obras no debe ser hueca y deshidratada, sino plena y viviente.
Que no olviden que así como Dios se refleja en la Naturaleza, el Hombre se refleja en el Arte.
Y por último, que acepten con modestia y humildad, pero al mismo tiempo con decisión y alegría, la verdad de que el Arte -la Música en este caso-. no comienza can nosotros sino que es una eterna constante, incesantemente renovada, en la cual nosotros apenas participamos en una proporción infinitesimal”.
Estas palabras deben ser asimiladas por todos quienes aman el arte y en especial la música. Alberto Auné
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