
Dar la mano: un gesto que debe valer más que mil firmas al pie de un contrato (fuente: http://www.wikimedia.org).
Alberto Auné
El elogio al fraude y a la mentira reemplazó socialmente a la mutua confianza.
Las costumbres impuestas por una tendencia que no tiene justificación llevaron a menospreciar los compromisos verbales, que no son tomados en cuenta a la hora de cumplir y la sociedad valora más a menudo el fraude y la trampa.
1. Diferencias de ayer a hoy
Hace años, muchos para algunos y pocos para otros, había un valor que hoy parece estar en decadencia: la palabra como compromiso.
Cuando se cerraba un negocio o se llegaba a un acuerdo, de cualquier tipo que fuere, las personas involucradas se daban la mano, lo cual valía más que cualquier testimonio homologado por escribano.
Este gesto mutuo valía más que un documento. De hecho, en muchos casos no se firmaban papeles pero se cumplían los compromisos adquiridos, lo cual tenía en algunos casos un mayor valor cuanto más pequeño era el pueblo en que habitaban quienes los habían acordado. La vergüenza y el deshonor de ser tomado por alquien que no cumplió su palabra tenían una fuerza que no podía ser ignorada o menospreciada.
La sociedad respetaba esto. En algunas ciudades había negocios de artículos de primera necesidad que anotaban las compras de sus clientes en una libreta y el monto se iba pagando según las posibilidades o a fin de mes con el cobro del salario.
Quien defraudaba esta confianza era mal visto y perdía el respeto de sus semejantes. Pero era muy raro que esto ocurriese ante el temor a la reprobación social.
2. La triste realidad actual
Hoy las cosas han cambiado.
El fraude, la estafa, son cosa común y toleradas cuando no aplaudidas por el ámbito social.
Vale más quien más tiene… y no importan los medios para llegar a ello.
Ejemplos no faltan: políticos, artistas, deportistas inundan la pantalla televisiva y las páginas de los diarios con situaciones delictivas descubiertas de forma cotidiana, llegando inclusive a estar orgullosos de haber cometido hechos de deshonestidad.
Las leyes dan grandes posibilidades de impunidad y si deben condenar quienes tienen el deber de instrumentar la pena a veces muestran su venalidad, siendo permeables a todo tipo de soborno o corrupción.
Los medios de difusión no son ajenos a esta situación y olvidan a veces estos incumplimientos cuando son cometidos por personas públicas, promoviendo en la sociedad una escala de valores que no es la más conveniente. A esto se agrega que si algún medio denuncia actos de corrupción por parte de funcionarios públicos no falta el coro de aduladores oficiales que se levanta en forma inmediata para descalificar a quien ha tenido el atrevimiento de levantar su voz contra algún ilícito oficial o su evidencia.
3. Nuestra respuesta
El cambio ante esta situación no será repentino, sino gradual, pero si la sociedad da el primer paso podrá ser posible.
La familia y los establecimientos educativos son los baluartes desde los que debe enseñarse, en especial a niños y alumnos, el valor de mantener la palabra a pesar de las dificultades que puedan surgir.
Otro campo en el que debe promoverse esta valoración es el comercial, quizás el más dañado en este aspecto por circunstancias del contexto social, económico y político.
El ejemplo de los mayores respecto a los hijos y alumnos debe ser claro y digno de seguirse; si damos los primeros pasos el camino será más fácil y la situación podrá revertirse.
Está en nosotros obtener este logro, para que un día no lejano estrechar mutuamente las manos vuelva a ser el compromiso que nunca debió haberse ausentado de nuestras costumbres. Alberto Auné
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