Alberto Auné
La literatura tiene múltiples formas; una de ellas es la escritura epistolar: cartas con distintos temas.
La misiva que sigue busca llegar al corazón del ser amado, ignorante del sentimiento que ha despertado en quien escribe, expresándose de manera respetuosa pero clara. No especifica el género de quien la escribe ni de quien la recibirá; leerla con las variantes al respecto que se nos ocurran será un desafiante ejercicio de imaginación.
A quien me lee…
…y es la persona destinataria de esta misiva, quiero en primer lugar agradecer que ella se refleje en los ojos que brillan para mí como las estrellas que mirábamos por las noches en la niñez.
Quizás pareciera que ha pasado, desde mi intención hasta concretar el hecho de escribir esta carta, mucho tiempo. Empero, todo espacio entre un momento y otro, por más separados que éstos se encuentren, es infinitamente menor que la eternidad. También lo es comparada con ella la existencia de una vida humana. Y mi vida, para ser plena, incluye a quien posa su mirada sobre estas palabras, que se honran y ruborizan con esa lectura.
El tiempo es subjetivo; para mí comienza a correr desde cada vez que dejo de pensar en el ser amado, a quien oso escribir ahora, y se detiene cuando ambos compartimos la mutua presencia.
Mi corazón late más rápido que de costumbre, como el de un niño emocionado ante los descubrimientos de la vida, ya que ignoro cuál será la respuesta a esta carta. Sea cual fuere, me permito imaginar el mutuo descubrir de nuestras almas, con preguntas que van de la más superficial en apariencia a la más profunda en realidad.
Si el destino permitiese que nos veamos, quizás me cueste hablar. El pudor, la timidez, son para mucha gente mis defectos. Por eso prefiero callar y dejar que estas palabras digan aquello que los labios no se atreven a pronunciar.
Si ese encuentro se hiciere realidad, aun en el caso de no concretar el sueño de compartir una vida juntos, tengo la certeza de que antes de que mis ojos se cierren para siempre alguien verá que en mi rostro se dibuja una sonrisa, y sé a quién deberé gratitud por ello aunque las personas que me rodeen en aquellos postreros momentos ignoren este secreto.
Entonces, frente a frente ambos, sabré cuál es la respuesta a estas líneas, o al menos lo intuiré. Un trato formal y lejano será una clara indicación en un sentido, mientras que la sonrisa y alguna palabra exacta en el momento justo me dirá que podré usar un lenguaje más coloquial, pero con el respeto que la educación y el corazón me dictan.
Si esta carta es respondida de alguna manera, la cual queda a vuestra consideración, sabré que haber dejado en ella mi corazón no fue en vano. Si así no fuera, el sentimiento quedará dentro de mí y aunque pase el tiempo nunca se extinguirá.
Reciba un respetuoso saludo de quien tiene el más noble sentir hacia la persona dueña de los ojos que leen estas palabras, de las manos que el papel tiene el privilegio de acariciar –he elegido el más suave entre varios que me fueron propuestos- y de los labios que musitan quizás algunas de las palabras aquí escritas.
Además, quien ha escrito este texto es alguien que sólo espera un gesto para saber que la vida todavía tiene mucho para brindarle, a través del más puro sentimiento del ser humano, que de mi parte perdurará en caso de ser correspondido hasta más allá de un otoño cuyas hojas, al caer, renovarán las promesas de un hoy lleno de esperanzas.
Mi identidad es conocida y fue comunicada de viva y discreta voz, debido a un más que especial recado, por quien entregara en mano esta carta, en el momento de hacerlo.
Quedo, entonces, en silenciosa y respetuosa espera de que lo que decida vuestro noble corazón. Alberto Auné
Deja una respuesta