El cóndor, rey y señor de los Andes

Autores

Alberto Auné

Este legendario animal tiene el nombre científico de Vultur Gryphus, perteneciendo además al orden Falconiformes y dentro de éste, a la familia Cathartídas.
Habita en las alturas de los cerros, en América desde Colombia y el Venezuela hasta Tierra del Fuego. En especial en Argentina puede ser visto en los cerros de Córdoba por turistas que acampan en las alturas.
Es una de las mayores aves vivientes, con un tamaño que puede llegar a tres metros, con plumas negras, collar blanco y plumas de este color en la parte posterior de sus negras alas.
La cabeza, la nuca y el cuello suelen estar carentes de pluma y es fácil distinguir al macho pues tiene una cresta similar a la del gallo pero sin color rojizo.
El nido no es muy trabajado, limitándose a un hueco entre rocas con palos desnudos.
Carlos Villafuerte cuenta en su libro Aves argentinas y sus leyendas que “la hembra pone uno o dos huevos, producto de amores realizados entre suaves graznidos, caricias con las alas y bajadas de cabeza hasta tocarse con el buche, produciendo sonidos estrepitosos y castañeteos de lengua”.
El cóndor no consigue sus alimentos a través de la cacería sino que busca cuerpos sin vida, a lo que se suma la pesadez de sus alas y la debilidad de las garras, con uñas recurvadas, lo que se contrapesa con la robustez de su pico, que le permite cortar y desgarrar la carne.
En su obra citada, Villafuerte señala que el cóndor era considerado por los pueblos precolombinos como un mensajero del Sol y un progenitor de la raza.
Una obra literaria que inmortalizó a este animal fue el poema El nido de cóndores, publicado en 1881 por el poeta argentino, si bien nació en Brasil, Olegario Víctor Andrade (1839-1882).
La majestuosidad de sus palabras nos evita toda otra consideración:

I

En la negra tiniebla se destaca
como un brazo extendido hacia el vacío
para imponer silencio a sus rumores
un peñasco sombrío!

Blanca venda de nieve lo circunda
de nieve que gotea
como la negra sangre de una herida
abierta en la pelea.

¡Todo es silencio en torno! Hasta las nubes
van pasando, calladas,
como tropas de espectros, que dispersan
las ráfagas heladas.

¡Todo es silencio en torno! Pero hay algo
en el peñasco mismo
que se mueve y palpita cual si fuera
el corazón enfermo del abismo.

Es un nido de cóndores, colgado
de su cuello gigante,
que el viento de las cumbres balancea
como un pendón flotante.

Es un nido de cóndores andinos
en cuyo negro seno
¡Parecen que fermentan las borrascas
y que dormita el trueno!

Aquella negra masa se estremece
con inquietud extraña:
¡Es que sueña con algo que lo agita
el viejo morador de la montaña!

No sueña con el valle ni la sierra
de encantadoras galas:
ni menos con la espuma del torrente
que humedeció sus alas.

¡No sueña con el pico inaccesible
que en la noche se inflama,
despeñando por riscos y quebradas
sus témpanos de llama!

¡No sueña con la nube voladora
que pasó en la mañana,
arrastrando en los campos del espacio
su túnica de grana!

¡Muchas nubes pasaron a su vista,
holló muchos volcanes,
su plumaje mojaron y rizaron
torrentes y huracanes!

Es algo más querido lo que causa
su agitación extraña:
¡un recuerdo que bulle en la cabeza
del viejo morador de la montaña!

En la tarde anterior, cuando volvía,
vencedor inclemente,
trayendo los despojos palpitantes
en la garra potente,
bajaban dos viajeros presurosos
la rápida ladera,
un niño y un anciano de alta talla
y blanca cabellera.

Hablaban en voz alta, y el anciano,
con acento vibrante,
«¡Vendrá, exclamaba, el héroe predilecto
de esta cumbre gigante!».

El cóndor. al oírlo, batió el vuelo,
lanzó ronco graznido
y fue a posar el ala fatigada
sobre el desierto nido.

¡Inquieto, tembloroso, como herido
de fúnebre congoja,
pasó la noche, y sorprendiólo el alba
con su pupila roja!

II

Enjambres de recuerdos punzadores
pasaban en tropel por su memoria.
¡Recuerdos de otros tiempos de esplendores
de otros tiempos de glorias,
en que era breve espacio a su ardimiento
la anchurosa región del vago viento!

Blanco el cuello y el ala reluciente,
iba en pos de la niebla fugitiva,
dando caza a las nubes en oriente
o con mirada altiva
en la garra pujante se apoyaba
¡Cual se apoya un titán sobre su clava!

Una mañana, ¡inolvidable día!,
ya iba a soltar el vuelo soberano
para surcar la inmensidad sombría
y descender al llano
a celebrar, con ansia convulsiva,
su sangriento festín de carne viva.

Cuando sintió un rumor nunca escuchado
en las hondas gargantas de occidente
¡El rumor del torrente desatado,
la cólera rugiente
del volcán que, en horrible paroxismo,
se revuelca en el fondo del abismo!

Choque de armas y cánticos de guerra
resonaron después. Relincho agudo
lanzó el corcel de la argentina tierra
desde el peñasco mudo
¡Y vibraron los bélicos clarines,
del Ande gigantesco en los confines!

Crecida muchedumbre se agolpaba,
cual las ondas del mar en sus linderos,
infantes y jinetes avanzaban,
desnudos los aceros
¡Y, atónita al sentirlos, la montaña
bajó la frente y desgarró su entraña!

¿Dónde van? ¿Dónde van? Dios los empuja,
amor de Patria y libertad los guía,
donde más fuerte la tormenta ruja,
donde la onda bravía
más ruda azote el piélago profundo
¡Van a morir o libertar un mundo!

III

Pensativo, a su frente, cual si fuera
en muda discusión con el destino,
iba el héroe inmortal que en la ribera
del gran río argentino
al león hispano asió de la melena
¡Y lo arrastró por la sangrienta arena!

El cóndor lo miró, voló del Ande
a la cresta más alta, repitiendo
con estridente grito: «¡Este es el grande!».
Y San Martín, oyendo,
cual si fuera el presagio de la historia,
Dijo a su vez: «¡Mirad! ¡Esa es mi gloria!».

El cóndor, majestuoso, observa al mundo desde las nubes. Puede llega a la superficie y encontrar la muerte así como ofrecerla a quien se cruce en su camino.
La naturaleza tiene cantidad infinita de secretos que esperan ser descubiertos por el hombre. Muchos de ellos están en el mundo animal y algunos de ellos son custodiados, en las alturas de las montañas, por el cóndor, un animal cuya leyenda permanece inmortal a través de los siglos. Alberto Auné

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