Juan José Castro, músico argentino fundamental

· Alberto Auné, arte, República Argentina
Autores

Alberto Auné

Solamente las figuras de Alberto Glnastera y Juan Carlas Paz, podrían, cada una en su dimensión y ámbito, parangonarse con Juan José Castra en un fundamental aspecto de la trayectoria de este gran música argentino: su difusión internacional.

Hijo de un violinista y luthier español, Castro nació en la localidad bonaerense de Avellaneda el 7 de marzo de 1895.

En 1916 ganó el «Premio Europa», que otorgaba entonces el Gobierno argentino, distinción que permitía a los jóvenes autores e intérpretes perfeccio­narse en el Viejo Continente. Pudo hacer efectiva tal beca recién en 1920 y permaneció cinco años e París, donde estudió composición can Uincent d’Indy y piano con Edouard Risler y donde trabajó y actuó como pianista.

En 1922 estrenó su Sonata para Violín y Piano en esa misma ciudad (había escrito su primera sonata en 1914) y el poema sinfónico El violín de los muertos.

En Buenos Aires, en 1929, fundó si grupo Renovación con Jacobo Fischer, Juan Carlos Paz, Gilardo Gilardi y su hermano, también músicp destacado, José María Castro. Desde 1930 dirigió la orquesta estable del Teatro Colón y en 1931 Ernest Ansermet estrenó su primera sinfonía.

La Sinfonía Argentina, de J.J,Castro mereció ser premiada por la Municipa­lidad de Buenos Aires en 1934 y tres años después se estrenó en el Colón. Compartió en 1931 la dirección de la orquesta de ese primer teatro lí­rico con Manuel de Falla, su gran amigo, en su primera presentación en América.

Por firmar manifiestos prescindieron de él en el Colón y en el Conservatorio Nacional de Música. Volvió fugazmente a dirigir la Filarmónica en 1945 para permanecer luego diez años fuera del país, en los que dirigió varias orquestas, como las de La Habana, Montevideo (5QDRE) y Melbourne.

En 1949, en la capital uruguaya, se estrenó su obra La zapatera prodigiosa, basada en el texto literario de Federico García Lorca. Además de esas direcciones estables que hemos citado, dirigió otras muchas orquestas en todo el mundo.

En 1956, de regreso en la Argentina, se le confió la dirección de la Sinfónica Nacional, cargo al que renunció en 1960. En 1956 también se estrenó la segunda ópera basada en otra obra famosa de García Lorca, Bodas de sangre. En 1959 fue designado decano de estudios del Conservatorio de Puerto Rico.

Entre sus mayores amigos, amén de Falla, estuvo el maestro español Julián Bautista, a quien en 1961 dedicó su Epitafio en ritmos y sonidos.

Recordemos que a De Falla consagró, al morir el gran maestro granadino, su poema sinfónico Llanto de las sierras. Tambièn fue dilecto amigo de Pablo Casals.

El gran músico incursionó también en la poesía y en un soneto a su recordado Federico Barcia Lorca sostuvo:

 

¿En qué dura materia y porfiada

tallaste tu concierto, qué instrumento

gallardo le venció y dio a tu acento

hispánica rudeza, gracia alada?

 

No podemos olvidar, al evocar a Castro, la figura de Raquel Aguirre (1909-2006), hija del célebre Julián Aguirre, quien lo acompañó y apoyó durante más de tres décadas como esposa y colaboradora.

Otras obras de Castro, entre las más difundidas, son Seis poemas de Rabindranatah Tagore (canto y piano); Balada (texto de Juan Ramón Jiménez), Suite infantil (1928), Sinfonía bíblica (con textos de Victoria Ocampo, 1932); cantata Martín Fierro (1944, sobre el texto de José Hernández); Dos canciones (letras de Rilke); Dos canciones de Rosalía de Castro; Por las ramas del laurel (1949, canto y piano, otro texto de Federico García Lorca) y Suite introspectiva (para orquesta, 1961).

Para algunos, en Castro cabría distinguir una etapa nacionalista, otra española y otra universal. Falsa separación, según su biógrafo mayor, Ro­dolfo Arizaga, quien añade:

«Lo que da para mí especial valor a la personalidad de Juan José Castro es que en él, el hombre y el músico van a la par. Su inteligencia de la música tiene la misma fuente que su inteligencia de las cosas y su inteligencia de las cosas es la que presta seguridad, pene­tración y objetividad a su inteligencia de la música… En Juan José Cas­tro esos dos aspectos de su personalidad van juntos y por ello no sólo supo imponerse como violinista, director de orquesta y compositor, sino que ha sido siempre un agente activo en la vida musical práctica y en esa vida práctica un agente de la cultura».

Más adelante expresa:

“Es amable con natura­lidad (Arizaga escribe en vida de Castro) sin hacer abandono total de su austeridad expresiva. Es cordial, ameno en su trato, tierno cuando se refie­re a sus gustos más íntimos, emotivo cuando observa un cuadro o recuerda a quien o a quienes más ama. Siempre le he oído hablar de Casals o de Falla con la dulzura de un niño cuando relata una de sus anécdotas».

Juan José Castro, quien murió en Buenos Aires en 1968, tuvo, reiterémoslo, una trayectoria internacional que le permitió dirigir las orquestas de veinte naciones, algunas de modo estable y prolongado. Alberto Auné

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