Ricardo Güiraldes, circa 1906. (Fuente: http://www.wikimedia.org)
Alberto Auné
Como sucede con la obra de otros autores, la de Ricardo Güiraldes (1886-1927) tuvo una clasificación por géneros que prescinde a veces del impulso vital que alienta la producción toda del escritor y que delimita excesivamente los campos.
La gran obra Don Segundo Sombra es, indudablemente, la novela de un poeta.
En su trabajo hay un lirismo permanente, que se concreta formalmente en un aporte inicial llamado El cencerro de cristal, poemario que apareció el día de la primavera de 1915, alentado su autor para la publicación nada menos que por Leopoldo Lugones.
Poco duró su entusiasmo ya que, convencido del poco eco que había despertado, Güiraldes arrojó la edición a las profundidades de un pozo en la estancia «La Porteña» y apenas unos pocos ejemplares fueron rescatados por su mujer.
Los Cuentos de muerte y de sangre, aparecidos en la misma época, tampoco fueron bien recibidos por el público.
El cencerro de cristal es una manifestación más de la reacción contra el modernismo avasallante, de la que también participan otros autores, como Enrique Banchs (1888-1968), Evaristo Carriego (1883-1912) y Baldomero Fernández Moreno (1886-1950).
El libro tiene cinco secciones: Camperas, Plenarias astrales, Viajes, Ciudadanas y Realidades de Ultramundo, que van desde la observación de la cotidianidad pampeana hasta la ensoñación mitológica de la prosa poética de la última parte.
Como Leopoldo Lugones (1874-1938) en su Lunario Sentimental (1909), libro innovador y por ello escandalosamente recibido en Buenos Aires, Güiraldes sigue a un maestro literario: Jules Laforgue (1860-1887), por quien nunca ocultó sus simpatías desde que lo descubriera en París en 1912, un año después de tomar la decisión de convertirse en escritor.
«Bajo la influencia de Laforgue, que adoraba literalmente, empeecé a escribir La hora del milagro”, recuerda, obra que constituye precisamente el cierre de este libro inicial.
Temas, anacronismo deliberado, alusiones humorísticas a personajes y obras célebres, todo lo que de algún modo vincula a estos tres poetas mencionados confluye en el alto tema que les es común, el canto al satélite natural de la Tierra, del que dice Güiraldes :
LUNA
Luna que haces ulular a los perros y a los poetas.
Faro de tiza
Astro en camisa.
Disco, casco y guadaña, colgada al hombro de la noche, representante de la muerte.
Impotente
Intermitente .
Parásito luminoso del sol, chinchorro giratorio de nuestra barca sideral.
Ronda vejiga
Pálida miga.
Surtidora de falsas purezas. Frígido ovillo.
Pulcro botón de calzoncillo.
Nadie te teme; todos te quieren. Inofensivo bolla de harina sin importancia.
Blanca jactancia.
Sudario de azoteas. Velador de noctámbulos.
Orgullo hinchado
de trasnochado.
Luna, muerte, maleficio
gorda madama del precipicio.
Ojalá se ahogue dentro de un charco
tu ojo zarco.
Ángel caído en frialdad, per-in-eternum.
Mundo maldito,
Me importa un pito.
(Buenos Aires, 1915)
Varias de estas metáforas se hicieron célebres en su época y se las repetía con frecuencia, en general, para acentuar el aspecto humorístico de la obra; prueba de la sorpresa del público.
También es visible un impulso vital contrario a los filósofos y otros sesudos mediadores (como: «Los filosofantes / Elefantes/ Andantes/ Se llevan las paredes por delante», entre otros muchos posibles ejemplos), el poema Marta expone claramente la antinomia juventud-vejez, al igual que Siete verdades y una belleza:
«El que viene del campo es un viejo; va despacio y parece llevar una carga. E! que sale del campo es joven, va rápidamente y algo parece aletear entre sus brazos… Ambos siguen sus caminos diferentes; el viejo, los ojos bajos, el paso lento; el muchacho, la frente alta, el correr ligero. Uno pensando, el otro sintiendo».
En El hombre que pasa aparece por vez primera en su obra la figura del gaucho, donde, como dice Ángel J. Battistessa (1911-1993), «reconoce este irse del gaucho, sólo presente, en adelante, en la pantalla memoriosa de la nostalgia»:
Símbolo pampeano y hombre verdadero,
Generoso guerrera,
Amor, coraje
¡Salvaje!
Ropaje suelta de viento,
Protagonista de un cuento
Vencedor.
Corazón
De afirmación.
Voluntad…
(…)
Pero hoy el gaucho, vencido,
Galopando hacia el olvido,
Se perdió.
Su triste ánima en pena
Se fue, una noche serena,
Y en la Cruz del Sur, clavado
Como despojo sagrado,
Lo he yo.
A la influencia de Lagorgue en El cencerro de cristal podemos agregar las de Gustave Flaubert (1821-1880), Jean Marie Mathias Philippe Auguste de Villiers de l’Isle Adam (1838-1889), Charles Pierre Baudelaire (1821-1867) y Aloysius Bertrand (1807-1841).
Tampoco se puede desconocer su lenguaje original y anticipador, debido al cual no pocos lo consideraran precursor y botón de muestra del ultraísmo, que apareció en la escena literaria unos pocos años más tarde.
Tampoco podemos ignorar en El cencerro… una preocupación por la muerte y la eternidad, más allá de la sátira y las diatribas a la Luna, cono ocurre en el poema Póstuma, que recuerda el estilo del autor español Jorge Manrique (1440-1479), autor de las Coplas a la muerte de mi padre.
Los demás libros de poemas de Ricardo Güiraldes son de edición póstuma. Aparecen en San Antonio de Areco, publicados por el gran editor Francisco Colombo en 1928. Son Poemas solitarios y Poemas místicos.
Esas obras constituyen una nostálgica y acabada evocación de la pampa:
Yo quiero ese inmenso espacio de silencio que me agranda, haciéndome pensar la noche.
Al comparar estas evocaciones con las del primer libro, dice el crítico argentino Guillermo Ara:
“El segundo es como el reverso de aquél, en posición: es la captación de la más inmediata realidad, sostenida por las sensaciones que por una determinación precisa a los objetos mismas. En el primer caso hay un paisaje, en el segundo un instante de la sensibilidad estimulada por la naturaleza».
La soledad es, en los doce poemas de aquel libro, el leit-motiv. Recordemos algunas de sus más felices imágenes:
El pampero silbaba millones de silbidos en los pajonales.
Los ñanduces no hallaban límite a su andar medidor de desiertos.
El tono elegíaco de los primeras poemas, escritos entre 1921 y 1922, cede a una expresión resignada y fatalista, en la que el destino aparece como un deber, en donde «la vida es una obligación, que mantener».
Esta etapa explica una lucha espiritual. En carta a su gran amigo el escritor francés Valéry Larbaud (1881-1957), escrita en 1923, le expresa:
“¿Le leí a Vd. alguno de los Poemas Solitarios? En ese sentido mi vida necesitaba abrir una canilla y confiese Vd. que es fastidioso el verse continuamente ligado a algo anterior, inconcluso».
La expresión “algo anterior, inconcluso”, fue formulada en referencia a Don Segundo Sombra.
Sobrio e introspectivo se presenta Güiraldes en los Poemas místicos, que corresponden también a diversos momentos, pero cercanos en su mayoría a la fecha de su muerte, cuando lo acuciarpn preocupaciones religiosas que culminan en diálogos, al estilo de los místicos españoles, con la Divinidad:
Tenías los brazos abiertos y en tu pecho cabía el mundo.
El tono general de intimidad de estos poemas fue explicado por Valéry Larbaud, quien escribió el Prólogo de la traducción al idioma francés:
«Güiraldes guardaba para él estas efusiones de un sentimiento demasiado íntime para ser mostrado aún a los amigos más próximos y que en sus conversaciones más libren, más confidenciales, el mismo pudor le impedía aludir, sino vagamente, a estas cosas».
Finalmente, algunos poemas integrantes de un proyecto de más vastos alcances, aparecieron recién en 1936 en El libro bravo.
Es curioso que se trate de poemas contemporáneos de los que se incluyen en los dos libros precedentes y que el tono que campea sea muy diverso:
Por eso canto: porque tengo la convicción de que al cantar no canto yo solo, sino que inconscientemente, soy como la garganta por donde dice su palabra armoniosa, todo mi pueblo.
Una voz profética, de orgullosa afirmación nacionalista, que sin duda contribuyó a fortificar el éxito de Don Segundo Sombra, del que disfrutó poco más de un año, el lapso que va desde la publicación de ese libro –primer día de julio dr 1926- a la muerte en Francia, el 8 de octubre de 1927.
Su gran obra en prosa fue también un vasto poema. Y tal propósito no ha de haber estado alejado de las intenciones del autor, ya que la elección del género es a veces muy casual.
La fama de la última obra permitió también, con la difusión de su nombre entre muchos públicos, la revalorización de otros trabajos y la publicación de los póstumos, entre los que están los libros de poesía aquí mencionados. Alberto Auné
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